A las diez y veinte de la mañana del día 15 de mayo de 2001, el periodista vasco afiliado al Partido Socialista, Gorka Landáburu, resultó herido de gravedad en las manos al explosionarle un paquete bomba que trataba de abrir. 

Gorka se encontraba en su domicilio de Zarauz (Guipúzcoa) cuando decidió abrir un paquete postal de una publicación que habitualmente solía recibir y que le habían llevado a su casa el día anterior, y en ese momento el artefacto explotó afectándole a las manos, cara y abdomen.

Al parecer ETA ha considerado que debía dar un castigo ejemplar para que los vascos entiendan lo enfadados que están al haber perdido la mitad del apoyo popular que tenían en 1998. 

Los terroristas no han tenido suerte y no han conseguido acabar con la vida de Gorka, pero lo cierto es que le han causado suficiente daño como para que durante el resto de su vida recuerde lo que hicieron con él los cuatro locos que abanderan el nacionalismo vasco violento.

Pero éste no es el primer atentado que sufre. El día 7 de octubre del pasado año, los terroristas arrojaron varios cócteles molotov contra su domicilio sin conseguir causar daños personales a ningún miembro de la familia. Y no es que los violentos quieran castigarle porque Gorka tenga algo en contra el País Vasco, en absoluto, Gorka ama su tierra como el que más y así lo ha demostrado siempre que ha tenido ocasión de hacerlo. Además procede de una familia con gran tradición nacionalista, entre quien sin duda destaca su padre que fue diputado del PNV durante la República y consejero e ideólogo del Gobierno Vasco en el exilio durante la dictadura.

Supongo que entre el indudable éxito que ha tenido el PNV en las elecciones del pasado día 13 y este nuevo atentado, quizá los dirigentes nacionalistas empiecen a plantearse romper el Pacto de Estella/Lizarra que mantienen con los terroristas, para hacer borrón y cuenta nueva, y empezar un nuevo ciclo donde la verdadera democracia triunfe sobre el terror que sufre la mitad de la población de Euskadi. Quizá ésta sea la mejor oportunidad que ha tenido el nacionalismo vasco democrático, desde el Pacto de Estella, para demostrar que en realidad no es lo que tantas veces y con tanta claridad ha dado a entender en estos últimos años.