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Título: FARSANTES | Fecha: 03/08/02 |
Autor: Aritz Homobono | Hora: 18,06 |
26/07/02 | |
Iritzia > Gaurkoa
Francisco Letamendia - Profesor de la UPV
FARSANTES
El concepto rabiosamente
unilateral que el actual Gobierno del PP tiene de las víctimas ha dado
origen a un sinfín de situaciones estrambóticas. Junto a personas que
llevan su desgracia con dignidad y entereza en mi Facultad hay una
profesora de Sociología así existen pícaros que ven en esta situación
un atajo hacia la fama y el enriquecimiento, así como auténticos
virtuosos en el arte de trasplantar el síndrome verdugo-víctima al
interior de situaciones que ellos controlan, a fin de conseguir el máximo
apoyo político y mediático a su medro personal. Expliqué que, por
razones familiares e intelectuales, he tenido siempre una especial
sensibilidad hacia estas situaciones, por lo que explicar el conflicto
en el que me he visto envuelto en base a mi actitud de acoso hacia las víctimas
es un monumental cuento chino. Pues bien; heme aquí convertido por los
medios del Estado, a través de oleadas mediáticas intermitentes que
parecen no tener fin y que probablemente no lo tendrán hasta que no
consigan su objetivo de hacer catedrática a Edurne Uriarte, en jefe
de mafias universitarias y en matón de pueblo que acosa a inocentes
profesores universitarios hasta empujarlos al exilio; implicado además
en juicios varios cuyo mejor resultado, por obra y gracia de los
miembros del tribunal, señores Molins, Elorza y Reinares, sería el de
que Uriarte no sea catedrática, pero no que lo sea yo.
La tergiversación de la campaña ha sido tan esperpéntica, su grado
de credibilidad en la Universidad y entre sectores amplísimos de
nuestro pueblo tan ínfimos y, como consecuencia, los gastos tan altos,
que tenía que haber intereses muy grandes que compensaran a los
protagonistas de este affaire de los costes de meterse en él. Y en
efecto, los había.
El interés de la señora Uriarte en acceder a la cátedra encaramada
sobre mis méritos es obvio. Pero esto no explica la campaña de dos
semanas de duración que siguió a la estimación de mi recurso, con
casi todos los periódicos, emisoras de radio y canales de televisión
del Estado vomitando contra mí lindezas tales como pro-etarra, profesor
de ETA, Letal-mendía, loco, paranoico, canalla y basura intelectual. Sí
lo explica el que desde antes del concurso se estuviera preparando una
operación de alta política, la creación de una fundación que
reprodujera la alianza antinacionalista del 13-M con Edurne Uriarte al
frente; su prestigio exigía el prestigio académico de su presidenta,
para lo que contaron con la inmensa suerte de que mis dos sexenios de
investigación crearan una cátedra en el Departamento del que éramos
ambos profesores. Si se producía una excepción académicamente
escandalosa nunca se había concedido este tipo de cátedras a otro
miembro del Departamento convocante, estaba excluido recurrir a
razonamientos académicos, menos aún en este caso en el que la
diferencia de currículo era abisal; había que utilizar el pasado político
mío y el presente de Uriarte para introducir de por medio la imagen del
acoso de las víctimas demócratas por los radicales, proyectando esta
farsa ante una opinión pública desinformada, si no en el País Vasco,
sí al menos en España. Varia gente destacaría a Carlos Dávila
trabajó en un guión dispuesto a desplegarse en el momento oportuno,
con el leit motiv de que Edurne Uriarte había sido despojada de la cátedra
por la presión de los proetarras. Esta transformación mediática de lo
blanco en negro, de dimensiones grotescamente desproporcionadas si el
conflicto sólo era académico, era en realidad de un banco de pruebas
sobre el que preparar campañas posteriores de mayor envergadura, como
la de los obispos, y otras. Miembros de Basta Ya grupo al que
pertenece Llera participaron en la preparación de la campaña; el
galardonado Martínez Gorriarán se inventó en "Abc" la
mentira absoluta de que yo había descrito el atentado contra Uriarte
como «una bombita de nada», mentira reproducida por el periodista
Calleja en el programa de Carlos Dávila.
Existe otra intrahistoria, la del Departamento de Ciencia Política,
que ha hecho posible este desenlace. Y aquí es donde entra Paco Llera.
He hablado antes de mi comportamiento irreprochable en el Departamento
hasta el momento del escándalo; lo que requirió por mi parte una
actitud de paciencia franciscana, dado el carácter grosero y prepotente
de este señor, que tenía la carpetovetónica convicción, respaldada
por sus relaciones académicas en el Estado, de que el Departamento era
suyo y podía hacer en él lo que quisiera. Su orientación hacia la muy
lucrativa actividad de la Sociología electoral, de perfil investigador
cercano al cero absoluto, convirtió a sus renovados y financiados
Euskobarómetros en el imán que absorbía recursos y becarios del
Departamento. Sí existía una actividad investigadora reconocida en el
extranjero, la realizada por Pedro Ibarra y su equipo de profesores y
por mí y mis equipos de estudiantes de tercer ciclo. Pero mi actividad
ha carecido del más mínimo apoyo departamental. Mis excelentes
relaciones con el Instituto de Estudios Internacionales de Burdeos no
han dado más fruto, a causa de la actitud de Llera, que la firma de una
convención verbal; tan verbal que hasta la comida que siguió a la
visita oficial a Leioa de la dirección de Burdeos la tuve que pagar yo.
Llera no pudo impedir el acceso de Ibarra a la cátedra; pero, desde
su punto de vista, la mía iba a desnivelar la relación de fuerzas en
el Departamento. Este señor no ha sido nunca un purista en política;
business first, y después todo lo demás. Fue así del KAS, de
Euskadiko Ezkerra, de los socialistas felipistas (filo-nacionalistas);
siempre que ello redundara en la buena marcha de lo realmente
importante. Tras el 13-M, puesta en entredicho su credibilidad ante
Lakua, su toma de partido a favor de Uriarte se presentaba como un magnífico
negocio para arrimarse a la fuente dispensadora de beneficios que es la
gaviota del PP: su posicionamiento a favor de la futura presidenta de la
Fundación por la Libertad tenía que ser por ello ostentoso para ser
rentable. No habiendo conseguido de momento el objetivo principal de
hacerla catedrática, había que trabajar el segundo objetivo, el de
ponerse a sí mismo como demostración de la imagen que el PP quiere que
se tenga en España del País Vasco: la de un puñado de heroicos demócratas
asediado por agresivos proetarras que imponen su ley ante los tibios,
siendo éstos en la Universidad los miembros del Rectorado.
Como dice Llera, el ambiente se ha hecho irrespirable en el
Departamento, pero por las razones opuestas a las alegadas por él.
Estamos, por una parte, los excluidos; los demás excepto un pequeñísimo
núcleo de lleristas incondicionales quieren convencerse de que la
cosa no va con ellos, pero están agarrados del pescuezo por su
participación en los Euskobarómetros y por el temor a posibles
represalias en su promoción académica futura si su actitud no fuera
totalmente de fiar. Les comprendo finalmente a nivel personal, aunque no
sea ésta la situación que más fomente el compañerismo y el calor
humano.
El resultado comprobable por cuantos se paseen por el pasillo del
Departamento, que seguro que alucinan si comparan lo que ven con la
autodescripción de Llera como alguien acosado y vejado por los «radicales»
es una frialdad polar, unos despachos incomu- nicados, muchos con la
puerta cerrada, y una única voz estentórea que se oye en el pasillo:
la de ese buen señor, que quiere demostrar así que ése sigue siendo
su cortijo. Se nos va, se nos va a descansar durante ¿sólo un año? a
la Universidad de Georgetown, como resultado de un concurso al que se
presentó antes del comienzo del conflicto, pero para el que fue
seleccionado ¡nada menos que entre treinta catedráticos! cuando mil
medios le habían presentado ya como víctima de los proetarras (en este
caso, el orden de los factores sí altera el producto). Se nos va al
exilio americano a fin de recuperarse de sus múltiples sufrimientos;
pero lo hace con el mando a distancia. Yo en cambio tengo una suerte
envidiable. No pudiendo irme a ninguna parte, me queda, a mis 58 años,
una radiante perspectiva: la de la imposibilidad absoluta de mantener en
torno mío equipos de jóvenes investigadores, en cuyas espaldas clavaría
mi estigma de apestado (yo mismo he dicho a todos que salgan de mi
callejón sin salida), y la de una muerte académica que está previsto
que dure hasta el fin de mi vida profesional. Pero, perdonen ustedes, ¿no
habíamos quedado en que yo era el verdugo y los otros las víctimas? - |
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