Lobo
HIJOS
DE PUTA
Por ALFONSO USSÍA
Que en España hay mucho hijo de puta es algo que no puede sorprender. La
Real Academia Española define al hijo de puta como «mala persona». Se
queda corta. Un hijo de puta es mucho peor que una mala persona. Y hay
muchos hijos de puta en las concejalías de cultura de un buen número de
ayuntamientos. Al menos, de los diecisiete ayuntamientos de localidades
cordobesas, coruñesas, castellonenses, granadinas, asturianas, valencianas,
murcianas, ilerdenses o barcelonesas que han contratado para sus fiestas a
dos grupos presuntamente musicales formados por otros hijos de puta
batasunos que responden a los nombres de «Sociedad Alcohólica» y «Su Ta
Gar». No puede extrañar que estos canallas canten y animen en las fiestas
organizadas por los ayuntamientos de Batasuna en las Vascongadas. Pero
sorprende que en municipios del resto de España se dilapide el dinero
público financiando a estos forajidos analfabetos. Aquí nada tiene que ver
la libertad de expresión. Sí la ética, la estética y la decencia social.
En este caso, la amoralidad, la antiestética y la indecencia social.
Cada conjunto de hijos de puta tiene una canción preferida, que oyen con
delicia los hijos de puta que los contratan y los hijos de puta que los
aclaman. La pieza magistral de los primeros se titula «¡Explota, zerdo!»,
y la de los segundos «Síndrome del Norte». Se creen transgresores, los
muy imbéciles. Lo que está claro es que actúan en el país más libre del
mundo, porque en otros se les aplicarían las leyes. Apología del
terrorismo y recoch ineo insoportable del dolor ajeno. También desacato,
calumnia e injuria, pero esas bobadas en España no constituyen delito.
Aquí se le llama «terrorista» al Rey o al presidente del Gobierno, y lo
hace un parlamentario autonómico de la cuerda de Llamazares, y a lo más
que llega la Justicia es a regañar un poquito. Lo que escribía al
principio. Un alarmante exceso de hijos de puta es lo que tenemos. Y no
exportamos ni uno. Nos los quedamos todos para nuestro consumo interior.
Así nos va.
«Huele a esclavo de la ley, zipaio siervo del rey, lameculos del poder,
carroñero coronel, ¡Explota, zerdo! dejarás de molestar, ¡Explota, zerdo!
sucia rata morirás». La segunda creación es aún más sutil. «Siempre
que sales de tu casa, tú vas todo acojonao, mirando por todos los laos, ese
bulto en el sobaco es poco disimulao. Al llegar hasta el cotxe dejas las
llaves caer, no se ke haya un bulto raro, y ke te haga volar como a Carrero,
como a Carrero, ay qué jodío es ser madero, en un lugar donde me
consideran extranjero, porrompompero».
Buena rima, buena gramática, buen mensaje y artística superación. Eso es
lo que han interpretado los responsables municipales de los ayuntamientos
contratantes. En más de uno, muy probablemente, haya sido ocupada en su
cementerio alguna tumba con antelación. No sé, algún civil, algún
militar, algún niño, algún «zerdo» que murió como una rata gracias a
los amigos y protectores de estos insignes músicos. Resultaría interesante
conocer qué ayuntamientos, qué organizaciones, qué centros culturales,
qué asociaciones de vecinos, han contratado a estas pandillas de
miserables. Y si mantienen los contratos en vigor, cuáles son los nombres
de los hijos de puta correspondientes. Nos podemos llevar más de una
sorpresa.
Insisto. En la mugre social, sin hacer renuncia de su condición de hijos de
puta, hay otros grados de hijoputez que superan al de los idiotas que cantan
y componen esas birrias intolerables. Y vuelvo al primer paso. Esos alcaldes
que contratan o permiten, esos concejales que pagan y ovacionan, esos
ciudadanos que acuden, bailan, tararean y ríen. Esos son los hijos de la
gran puta en su grado de máxima excelencia. Todos esos.