Muy Señor mío:
Grandes son mis esperanzas de que al
recibo de la presente haya usted mejorado algo de su mal
que, aunque de difícil curación, a veces tiene ciertas
posibilidades de alivio, sobre todo si procura guardarse
de utilizar sus sesos del extravagante modo que hasta
ahora ha venido perpetrando.
Imagino que hará caso omiso a esta misiva
porque, indudablemente, su distorsionada percepción de
la realidad objetiva le impedirá ver otra cosa distinta
a lo que, tozudamente, le permiten sus orejeras, y que,
para más señas, son esas guarniciones de vaqueta que
suelen ponerse a los lados de los ojos de los burros
para que sólo vean lo que tienen delante de sus hocicos
y no se espanten. Pero aun así, yo le escribo, no sea
que después vaya a alegar una ignorancia superior a la
que, evidentemente, ostenta.
Las ciertas puntualizaciones que quiero
hacerle, en realidad son perogrulladas que cualquiera
entendería, pero a la vista de su cerrazón, claramente
digna del más profundo estudio psicológico, no me queda
más remedio que repetirle ahora lo que tanta y tanta
gente ya le ha dicho en otras muchas ocasiones, con los
mejores tonos y las más diversas prosas.
Inútil sería explicarle a cualquier
persona normal la diferencia entre agresor y agredido,
porque hasta la más obtusa de las mentes del Reino sabe
que aquí no ocurre como en ese popular dicho que, con
perdón, dice: "tan maricón es el que da como el que
toma", y es que, vive Dios, puedo asegurar que no es lo
mismo dar un puñetazo en un ojo que recibirlo, como
tampoco es lo mismo pagar un impuesto que cobrarlo.
Pero por si no acaba de captar lo que
trato de exponerle, intentaré ser un poco más gráfico.
El que recibe un tiro en la nuca y acaba tan mal parado
que, por lo general, sirve de abono a las malvas o
termina tan vegetal como una ídem, es la víctima, y sin
embargo, el que dispara la pistola es el asesino. Ya sé
que para su extraño
cerebro quizá sea difícil entender
algo tan simple, pero sinceramente creo que debe usted
hacer un esfuerzo. Preste atención, Señor mío: El que
dispara la pistola, asesino, y el que recibe la bala,
víctima. Asesino, pum; víctima, muerto.
Otra cosa interesante quizá fuera
profundizar en el necesario discernimiento entre
demócrata y antidemócrata. Sé muy bien que su concepto
de democracia se aproxima más que mucho a lo que,
básicamente, todos llamamos dictadura, es decir, sé muy
bien que su concepto de democracia es la aceptación sin
rechistar (o rechistando pero acatando) de lo que usted
considera que es bueno para los demás, sin atender a
algo tan elemental como que nadie mejor que esos demás
saben lo que realmente es bueno para ellos. Pero aun
conociendo las dificultades con que me encontraré para
abundar su poquedad intelectual, voy a hacer un esfuerzo
y procuraré explicarle la diferencia entre un demócrata
y un antidemócrata.
Los demócratas son los que aceptan las
reglas del juego marcadas por la mayoría y persiguen sus
objetivos ajustándose a las normas, y los antidemócratas
son los que rompen las reglas de ese mismo juego
aceptado por la mayoría, ignorando las normas que les
interesa ignorar para que así les resulte más fácil
conseguir sus objetivos. Pero ahora que me doy cuenta,
creo que he sido excesivamente profundo en mi exposición
sobre la democracia para que pueda entenderlo alguien
tan obtuso como usted, y por eso creo que debo ponerme a
su altura y ser mucho más simple.
La democracia es como un partido de
fútbol. Los dos equipos tienen que respetar las reglas y
no cometer faltas, con lo que se consigue que gane el
mejor o, a veces, el que más suerte tenga. Y ahora, ya
metidos en materia, concéntrese todo lo posible y preste
atención: ¿Qué ocurriría si uno de los equipos, con el
permiso del árbitro, decidiera que puede tocar el balón
con la mano, mientras el otro equipo se ve obligado a
seguir escrupulosamente las reglas? Piense usted y no se
precipite, ¿qué ocurriría? Voy a ayudarle porque le veo
un poco espeso. Verá usted; cualquier jugador del equipo
tramposo podría llegar hasta la portería contraria
tranquilamente con el balón bien abrazado, y meter un
gol tras otro mientras el equipo rival, el que sigue las
reglas, mira impotente cómo pierde el partido. ¿Lo ha
entendido ahora? ¿Ha comprendido el mensaje? ¿Y ha
captado quién es el árbitro?
Agresores y agredidos, demócratas y
antidemócratas, son conceptos que, para alguien como
usted, tienen fronteras indistintas y ambiguas que
acaban diluyéndose entre sí como si fuesen una misma
cosa, e incluso, en ocasiones, su mente atormentada
llega a transmutar de un modo radical la noción de sus
significados, por lo que, habitualmente, acaba usted
viendo el mismo intenso albor en el negro más sombrío
que tenebrosa lobreguez aprecia en el blanco más
inmaculado. Y precisamente a ese mal me refería al
principio de ésta, del que, a pesar de su difícil
curación, espero vaya mejorando, o preferiblemente
sanando lo más pronto posible, y del todo, para bien de
los que intentamos ver las cosas lejos de sus viejas
y ajadas
orejeras de vaqueta que, por lo que he oído, fueron
obradas por un famoso guarnicionero allá por los
revueltos años treinta.
Sin otro particular, suyo afectísimo (sin
orejeras).
Angelberto. |