La gran pregunta... ¿Dios existe?


Autor del contenido de la web: ©Angelberto 1996

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I - DISTINTAS TEORÍAS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS

II - LAS VÍAS DE SANTO TOMÁS

III - ANÁLISIS DE LAS VÍAS

IV - LA NECESIDAD DE ENCONTRAR A DIOS

V - LA CREACIÓN

La gran pregunta... ¿Dios existe?

(Angelberto, 1996)

http://www.interbook.net/personal/angelberto/1DIOS.htm

INTRODUCCIÓN

    Antes de nada, y como principio de esta introducción, pido disculpas a todas las personas que puedan sentirse ofendidas con la lectura de las próximas páginas.

    Creo que en ellas no hay falta de respeto alguna hacia el alma de las distintas religiones, aunque a veces mi escepticismo pueda interpretarse como un acto de rechazo hacia ellas.

    En la actualidad ni Dios ni la religión están de moda pero, de todas formas, sé que estos temas suelen generar intensas pasiones porque, queramos o no, se encuentran profundamente arraigados en todos nosotros.

    Desde lo más tierno de nuestras infancias, la sociedad, sea cual fuere, se ha encargado de que pertenezcamos a su religión y sus costumbres como si se tratasen de la única verdad posible, y eso ha supuesto un lastre que nos ha impedido ver con claridad la existencia de otros horizontes.

    Tengo que decir que no hay ninguna doctrina por la que sienta especial afecto o especial aversión ya que todas son prácticamente iguales, y aunque en estas páginas escribo sobre alguna de ellas, lo que realmente quiero tratar es la teórica razón de ser de las religiones, es decir, Dios.

    Aparentemente, las religiones son el camino para llegar a Dios pero casi siempre ese camino se acaba perdiendo en razones puramente económicas. Si profundizamos en los entresijos de cualquier doctrina sólo veremos un medio de vida para los que la dirigen, costeado siempre por los fieles creyentes.

    No cabe duda que ha de haber ciertos sacerdotes de muchas religiones, absolutamente convencidos de la verdad del dogma que profesan, pero tengo la completa seguridad de que no son demasiados los que consiguen mantener la fe durante toda su vida, ya que la razón casi siempre acaba por imponerse.

    En fin, disculpas a todos y que Dios nos guarde.   

Angelberto.----------


I

DISTINTAS TEORÍAS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS 

    En este mundo en que vivimos, y quizá también fuera de él, hay infinidad de religiones y cada una de ellas predica su particular doctrina como si fuese la única verdadera; es decir, todas están convencidas de que las demás son falsas.

    Prácticamente la totalidad de las tendencias religiosas adoran a un ser supremo y omnipotente al que consideran creador de todo lo que vemos y conocemos. Del mismo modo, en casi todas las doctrinas hay un premio o un castigo que recibiremos después de la muerte, en función de nuestro comportamiento durante la vida.

    Salvando ciertos matices y si analizamos debidamente la cuestión, podremos observar que no hay diferencias de fondo entre todas las religiones existentes.

    Según estas enseñanzas, es fundamental adorar y amar a ese ser supremo creador de todo, no hay que hacer daño a nadie y se deben seguir ciertas reglas que nunca difieren demasiado de las más ateas normas de convivencia.

    La religión, lógicamente, no discute la existencia de Dios ya que es la base de su razón de ser, pero nunca se ha preocupado de que sus fieles lleguen a tener un convencimiento razonado de tal existencia.

    Exactamente eso quiso probar Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su Suma Teológica, y más concretamente con las famosas "cinco vías": La existencia del Dios Creador.

    Santo Tomás, célebre religioso nacido en Nápoles y conocido fundamentalmente por sus trascendentales estudios teológicos, tomaba como punto de partida en cada una de sus vías, un hecho de la realidad mundana, y aplicando diferentes principios filosóficos llegaba a una conclusión clara de la existencia de Dios.

    Basándonos en alguna de esas teorías, que, por supuesto, son absolutamente lógicas, no hay duda de que cualquier movimiento que ahora mismo podamos ver, siempre habrá sido causado por otro, y este último por otro, y el otro por otro diferente... En fin, que todo movimiento que veamos nos hará comprender que ha sido ocasionado por una sucesión de movimientos anteriores. La cuestión es que nunca podríamos trasladarnos hacia atrás en esos movimientos sucesivos sin que llegásemos al que inició el primero de ellos, ya que lo contrario equivaldría a admitir que no hay principio, y si no hubiera principio tampoco habría continuación, y por lo tanto, no existiría nada.

    En la antigua filosofía griega no se hacían estos planteamientos porque era comúnmente aceptado el hecho de que el mundo era eterno, y por consiguiente no existían razones para buscar ese principio, pero Aristóteles (384-322 a.C.) trató de demostrar la existencia de Dios desde un punto de vista teleológico, es decir, considerando a Dios como fin último del universo y motor inmóvil que genera movimiento hacia sí por una especie de atracción de amor. Según Aristóteles, no podría explicarse la coordinación y armonía de los movimientos sin aceptar la existencia de Dios.

    Cuando los filósofos se refieren a Dios como motor inmóvil generador de movimientos, están dejando muy claro que no es posible que él pueda moverse ya que si también él se moviese habría que recurrir a otra causa que explicase ese movimiento, y si hubiera una causa por encima de Dios, esta última causa sería Dios y no la anterior.

    Otro de los pocos defensores del planteamiento teleológico fue Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), un jesuita francés cuyas teorías, entre científicas y religiosas, fueron condenadas por la Santa Sede ya que se desviaban notablemente de las enseñanzas de su iglesia.

    P. T. de Chardin no negaba absolutamente a Dios como principio del universo, pero creía más justificable que estuviese en el final, ya que los procesos evolutivos tienden a la perfección. En sus escritos decía que "el cosmos tiende a vitalizarse, la vida a hominizarse y el espíritu a liberarse de la materia".

    Chardin consideraba que el universo es una mezcla de materia y alma que evoluciona hacia el Dios-fin, y que el alma del hombre, dentro de ese proceso, surge a partir del sistema nervioso.

    Para este jesuita era mucho más lógico que Dios, como ser perfecto, estuviese en el fin de la evolución, después de un proceso de superior unificación, que no al principio de lo que ahora es aún una realidad imperfecta.

    Aunque Santo Tomás quiso demostrar la verdad de Dios buscándole en la causa primera, hay que apuntar que la última de sus vías pudiera tener cierto enfoque teleológico que, en cierto modo, parece acercarse a las teorías de Aristóteles y Chardin.

    Muchos más trataron de manifestar la existencia de Dios utilizando la reflexión racional, y entre ellos no hay que restar importancia a San Anselmo de Canterbury (1033-1109).

    San Anselmo fue un monje benedictino que nació en Aosta, al noroeste de Italia, y eligieron arzobispo de Canterbury (Inglaterra) cuando contaba unos sesenta años de edad. A él se debe lo que algunos llamaron, con mayor o menor fortuna, "argumento ontológico".

    Con este argumento quiso probar la existencia de Dios, aunque Santo Tomás siempre consideró incompleta su demostración.

    San Anselmo dijo que Dios era lo mayor que podía ser imaginado, pero si sólo existiese en el entendimiento no sería lo mayor, pues podría imaginarse como existente también en la realidad, y en este caso, eso sería superior. Es decir, que lo mayor que pueda ser imaginado tiene que existir tanto en el entendimiento como en la realidad; por lo tanto, si lo mayor que puede ser imaginado forzosamente ha de existir en la realidad; Dios existe.

    Uno de los principales defensores de este planteamiento fue René Descartes (1596-1650), prestigioso filósofo y matemático francés, eterna y aparentemente sumergido en un mar de dudas pero creador de frases tan contundentes como la famosísima "pienso, luego existo" y "la existencia de Dios es más cierta que el más cierto de todos los teoremas de la geometría".

    Independientemente de sus concordancias con San Anselmo, para Descartes hay dos sustancias, la de los seres pensantes y la del resto de los animales y cosas existentes. Las dos sustancias están absolutamente separadas entre sí, y dicha separación la provoca el hecho casual de que el hombre tiene alma. Curiosamente, este filósofo se atrevió a ubicar el alma en la glándula pineal o epífisis, que se halla situada en el centro del encéfalo. Es verdad que aún no se ha podido averiguar la función física de esta glándula, pero no es menos cierto que todavía estamos muy lejos de saberlo todo sobre el funcionamiento del cuerpo humano.

    Continuador, en cierto modo, del concepto de Descartes sobre la sustancia, fue el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677), que hizo derivar esos razonamientos en el panteísmo.

    Esta es una doctrina que funde a Dios con la materia como unidad absoluta del cosmos. De todos modos, pueden distinguirse diferentes tendencias en el panteísmo, y las más representativas son dos: el acosmismo, defendido fundamentalmente por Spinoza y Giordano Bruno (1548-1600); y el panteísmo ateísta, cuyos principales doctrinarios fueron Paul Henri d’Holbach (1723-1789) y Julien Offroy de Lamettrie (1709-1751).

    En el acosmismo existe una sola sustancia real que es Dios; el resto de las cosas son simples manifestaciones del propio Dios, instrumentos inmóviles que Dios mueve.

    El panteísmo ateísta viene a ser casi lo contrario, es decir, niega a Dios cualquier tipo de divinidad y lo relega a simple y material principio y fin de la naturaleza, aceptando como única realidad la materia y el movimiento.

    Entre los que más dudan están los agnósticos, que niegan a la razón humana la posibilidad de entender lo absoluto.

    Según el agnosticismo, hay una clara frontera que el entendimiento humano no puede traspasar, y por lo tanto no se acepta ningún tipo de demostración sobre la existencia de Dios, ya que tal demostración sería imposible para la razón.

    Sin duda, hay que reconocer que es realmente difícil entender algo para lo que no estamos capacitados; ¿Qué concepto puede tener un ciego de nacimiento sobre las diferencias entre el color rojo y el verde? ¿Cómo podemos entender algo que escape a nuestros sentidos?.

    El agnosticismo más representativo quizá sea el manifestado por Immanuel Kant (1724-1804), filósofo prusiano que creía que las cosas no se perciben como son realmente sino como somos capaces de percibirlas, es decir, podemos comprender lo que vemos pero tenemos que renunciar a conocer la verdadera realidad del fenómeno porque nuestra sensibilidad no está capacitada para percibirlo. Kant pensaba que había que prescindir de la metafísica.

    De todos modos, y aun siendo muchos los agnósticos, muchos más son quienes se han esforzado en demostrar la existencia de Dios por medio de la razón filosófica, tal fue el caso de Juan Escoto Eriúgena (810-877), gran filósofo cuya obra condenó la Iglesia porque su pensamiento se desviaba de lo que esa institución había decidido que era la verdad.

    Las ideas de Escoto sobre Dios se acercaban a posturas próximas al acosmismo panteísta, pero como diferenciaba a la "naturaleza creadora" (Dios), del resto de las cosas, bien pudiera haber sido definido como teólogo ya que, además de la naturaleza, también concebía a las Sagradas Escrituras como fuente de conocimiento de Dios, quedando así patente su influencia religiosa.

    La doctrina de Escoto, como ha quedado dicho, estaba basada en la naturaleza, y la jerarquizó del siguiente modo:

        1º.- La naturaleza creadora y no creada (Dios-principio).

        2º.- La naturaleza creada y creadora (las ideas).

        3º.- La naturaleza creada y no creadora (las cosas).

        4º.- La naturaleza no creadora y no creada (Dios-fin).

    Continuando con las distintas teorías sobre la existencia de Dios, voy a recordar a Avicena (980-1037).

    Este gran estudioso de muchas y diferentes ciencias, nacido en Persia, se distinguió principalmente por su calidad de médico y, sobre todo, por sus estudios filosóficos y teológicos.

    Avicena concibe a Dios como un ser eterno con la primera y más alta de todas las inteligencias. De esa inteligencia sublime van brotando más inteligencias, una tras otra, y cada una de ellas inferior a la anterior, que son las que hacen que el mundo exista tal como es y con todos sus detalles.

    Según Avicena, el mundo es una consecuencia de Dios.

    Otro filósofo y teólogo que se inquietó por el tema fue John Duns Scot (1266-1308), franciscano escocés conocido también por Juan Duns Escoto.

    Duns entiende la necesidad de que haya una causa primera que ha de ser incausada. Seguidamente pretende demostrar su existencia actual argumentando la imposibilidad de que no exista ahora ya que el hecho de ser incausable significa que ha existido siempre, y si ha existido siempre es porque es infinito y por lo tanto, al no tener fin, forzosamente ha de existir en la actualidad.

    Para Duns, Dios es la infinita perfección.

    Este religioso tuvo cierta inclinación por el modo de pensar de San Agustín.

    San Agustín (354-430), cuyo verdadero nombre fue Aurelio Agustín, nació en Numidia, actual Argelia, y su vida religiosa fue muy irregular en los primeros años de juventud.

    Perteneció a la doctrina de Manes (215-276), un teólogo babilónico que fundó el maniqueísmo, cuyas enseñanzas, básicamente, indicaban que el mundo estaba dividido en el Bien y el Mal. La base fundamental del maniqueo fue el dualismo; el antagonismo entre la Luz y las Tinieblas.

    A los treinta y tres años se bautizó y, curiosamente, cuatro años después fue sacerdote, y cinco más tarde le nombraron obispo de Hipona.

    Fortaleció la Iglesia y luchó incansablemente contra lo que consideraba herejías. Combatió de un modo especial al pelagianismo, que es una doctrina difundida por Pelagio (360-422), monje británico, en la que no se reconocía el pecado original ni el sentido cristiano del bautizo, así como tampoco se creía que el estado de gracia fuese fundamental para la salvación.

    San Agustín fue un magnífico estudioso del Humanismo y la Teología, y su gran prestigio ha influido notablemente en muchos teólogos de renombre. Incluso la Psicología y la Sociología se han visto afectadas por el pensamiento de San Agustín.

    Muy lejano en el tiempo pero no carente de importancia tenemos a Lao-Tse (615-X a.C.), filósofo chino fundador del taoísmo.

    Lao-Tse no busca a Dios como causa primera, ni siquiera lo reconoce con el concepto que se suele tener de su ser, pero para él, todo procede de lo que llama Tao, se realiza en Tao y vuelve a Tao.

    Esta palabra puede traducirse como "el camino", pero Lao-Tse la define como lo absoluto, la total existencia y la bondad del hombre. El Tao es la absoluta perfección y la total quietud en la que el hombre ha de introducirse para conseguir la plenitud de su espíritu.

    Lao-Tse expone su doctrina en el libro "Tao-te Ching" (Libro del camino recto) que más tarde influyó en el budismo.

    Como puede comprobarse, todas las teorías y demostraciones de la existencia o no existencia de Dios poseen ciertas dosis de lógica, pero es evidente que hay diferencias, a veces muy sustanciales, entre los distintos pensadores que han profundizado en el tema.

    Muchas personas han tratado de buscar a Dios por medio de la razón, y posiblemente algunas crean haberlo encontrado pero estoy seguro de que quien prescinda de la fe para hallar a Dios, tropezará con grandes dificultades.

    Los que, con la ayuda inestimable de la fe, creen en la existencia de Dios le conceden, entre otros, los siguientes atributos que definen su esencia:

    La "Simplicidad", que considera a Dios como un ser sin ningún tipo de composición, ni física ni metafísica, por lo que es absolutamente puro, simple e indivisible.

    La "Bondad", que parece quedar demostrada por el hecho mismo de la creación.

    La "Unicidad", es decir, la evidencia de que Dios es único ya que si hubiera dos se distinguirían en algo y en esa diferencia estaría la imperfección, por consiguiente, si Dios es perfecto, sólo puede haber uno.

    La "Inmutabilidad", o sea, Dios no cambia porque es perfecto, ya que si lo perfecto cambiase pasaría a ser imperfecto. Del mismo modo, si el Ser puro cambiara, sólo podría cambiar a "no ser", porque es puro, y en este caso no existiría.

    La "Eternidad", esto es, al ser Dios inmutable no cambia ni se mueve, y por lo tanto no puede ser afectado por el tiempo. Dios no es pasado ni futuro, Dios vive un absoluto presente.

    La "Omnipresencia", ya que Dios lo ocupa todo porque es ilimitado y no puede medirse. Es purísimo, y del mismo modo que no le afecta el tiempo, tampoco le puede afectar el espacio.

    Evidentemente hay muchas hipótesis que pretenden llegar a la realidad de lo que puede ser Dios, e incluso, desde las diferentes doctrinas, se llegan a hacer afirmaciones que, según mi opinión, no pasan de ser simples conjeturas.

    Y yo me pregunto. Si Dios existe, ¿Qué relación tiene con la gran variedad de religiones? ¿Y con las Sagradas Escrituras y Libros de los distintos credos?.

    La verdad es que no soy capaz de encontrar conexión alguna entre las religiones y Dios.


II

LAS VÍAS DE SANTO TOMÁS 

    Seguramente, la demostración más representativa de la existencia de Dios son las "cinco vías" de Santo Tomás, y esta teoría es la que la Iglesia ha utilizado desde hace siglos para luchar contra el ateísmo y otros errores doctrinales.

    Siento un profundísimo respeto por todo tipo de creencias e hipótesis, pero creo que Santo Tomás merece capítulo aparte.

    A continuación, voy a transcribir literalmente y en latín -lengua original de la obra- el artículo tres, de la cuestión segunda, del Tratado de Dios Uno (Suma Teológica).

    Si reflejo estos escritos en la lengua original es por respeto a su autor, para que no falte ni una sola coma de su argumento. Evidentemente, después lo transcribiré al castellano.

*   *   *

    ULTRUM DEUS SIT

    AD TERTIUM SIC PROCEDITUR. Videtur quod Deus non sit.

    1.- Quia si unum contrariorum fuerit infinitum, totaliter destruetur aliud. Sed hoc intelligitur in hoc nomine Deus, scilicet quod sit quiddam bonum infinitum. Si ergo Deus esset, nullum malum inveniretur. Invenitur autem malum in mundo. Ergo Deus non est.

    2.- PRAETEREA, quod potest compleri per pauciora principia, non fit per plura. Sed videtur quod omnia quae apparent in mundo, possunt compleri per alia principia, supposito quod Deus non sit: quia ea quae sunt naturalia, reducuntur in principium quod est natura; ea vero quare sunt a proposito, reducuntur in principium quod est ratio humana vel voluntas. Nulla igitur necessitas est ponere Deum esse.

    SED CONTRA est quod dicitur Exodi 3, 14, ex persona Dei: "Ego sum qui sum".

    RESPONDEO dicendum quod Deum esse quinque viis probari potest. Prima autem et manifestior via est, quae sumitur ex parte motus. Certum est enim, et sensu constat, aliqua moveri in hoc mundo. Omne autem quod movetur, ab alio movetur. Nihil enim movetur, nisi secundum quod est in potentia ad illud ad quod movetur: movet autem aliquid secundum quod est actu. Movere enim nihil aliud est quam educere aliquid de potentia in actum: de potentia autem non potest aliquid reduci in actum, nisi per aliquod ens in actu: sicut calidum in actu, ut ignis, facit lignum, quod est calidum in potentia, esse actu calidum, et per hoc movet et alterat ipsum. Non autem est possibile ut idem sit simul in actu et potentia secundum idem, sed solum secundum diversa: quod enim est calidum in actu, non potest simul esse calidum in potentia, sed est simul frigidum in potentia. Impossibile est ergo quod, secundum idem et eodem modo, aliquid sit movens et motum, vel quod moveat seipsum. Omne ergo quod movetur, oportet ab alio moveri. Si ergo id a quo movetur, moveatur, oportet et ipsum ab alio moveri; et illud ab alio. Hic autem non est procedere in infinitum: quia sic non esset aliquod primum movens; et per consequens nec aliquod aliud movens, quia moventia secunda non movent nisi per hoc quod sunt mota a primo movente, sicut baculus non movet nisi per hoc quod est motus a manu. Ergo necesse est devenire ad aliquod primum movens, quod a nullo movetur: et hoc omnes intelligunt Deum.

    Secunda via est ex ratione causae efficientis. Invenimus enim in istis sensibilibus esse ordinem causarum efficientium: nec tamen invenitur, nec est possibile, quod aliquid sit causa efficiens sui ipsius; quia sic esset prius seipso, quod est impossibile. Non autem est possibile quod in causis efficientibus procedatur in infinitum. Quia in omnibus causis efficientibus ordinatis, primun est causa medii, et medium est causa ultimi, sive media sint plura sive unum tantum: remota autem causa, removetur effectus: ergo, si non fuerit primum in causis efficientibus, non erit ultimum nec medium. Sed si prcedatur in infinitum in causis efficientibus, non erit prima causa efficiens: et sic non erit nec effectus ultimus, nec causae efficientes mediae: quod patet esse falsum. Ergo est necesse ponere aliquam causam efficientem primam: quam omnes Deum nominant.

    Tertia via est sumpta ex possibili et necessario: quae talis est. Invenimus enim in rebus quaedam quae sunt possibilia esse et non esse: cum quaedam inveniantur generari et corrumpi, et per consequens possibilia esse et non esse. Impossibile est autem omnia quae sunt talia, semper esse: quia quod possibile est non esse, quandoque non est. Si igitur omnia sunt possibilia non esse, aliquando nihil fuit in rebus. Sed si hoc est verum, etiam nunc nihil esset: quia quod non est, non incipit esse nisi per aliquid quod est; si igitur nihil fuit ens, impossibile fuit quod aliquid inciperet esse, et sic modo nihil esset: quod patet esse falsum. Non ergo omnia entia sunt possibilia: sed oportet aliquid esse necessarium in rebus. Omne autem necessarium vel habet causam suae necessitatis aliunde, vel non habet. Non est autem possibile quod procedatur in infinitum in necessariis quae habent causam suae necessitatis, sicut nec in causis efficientibus, ut probatum est. Ergo necesse est ponere aliquid quod sit per se necessarium, non habens causam necessitatis aliunde, sed quod est causa necessitatis aliis: quod omnes dicunt Deum.

    Quarta via sumitur ex gradibus qui en rebus inveniuntur. Invenitur enim in rebus aliquid magis et minus bonum, et verum, et nobile: et sic de aliis huiusmodi. Sed magis et minus dicuntur de diversis secundum quod appropinquant diversimode ad aliquid quod maxime est: sicut magis calidum est, quod magis appropinquat maxime calido. Est igitur aliquid quod est verissimum, et optimum, et nobilissimum, et per consequens maxime ens: nam quae sunt maxime vera, sunt maxime entia, ut dicitur II Metaphys. Quod autem dicitur maxime tale in aliquo genere, est causa omnium quae sunt illius generis: sicut ignis, qui est maxime calidus, est causa omnium calidorum, ut in eodem libro dicitur. Ergo est aliquid quod omnibus entibus est causa esse, et bonitatis, et cuiuslibet perfectionis; et hoc dicimus Deum.

    Quinta via sumitur ex gubernatione rerum. Videmus enim quod aliqua quae cognitione carent, scilicet corpora naturalia, operantur propter finem: quod apparet ex hoc quod semper aut frequentibus eodem modo operantur, ut consequantur id quod est optimum; unde patet quod non a casu, sed ex intentione perveniunt ad finem. Ea autem quae non habent cognitionem, non tendunt in finem nisi directa ab aliquo cognoscente et intelligente, sicut sagitta a sagittante. Ergo est aliquid intelligens, a quo omnes res naturales ordinantur ad finem: et hoc dicimus Deum.

    AD PRIMUM ERGO dicendum quod, sicut dicit Augustinus in Enchiridio: "Deus, cum sit summe bonnus, nullo modo sineret aliquid mali esse in operibus suis, nisi esset adeo omnipotens et bonus ut bene faceret etiam de malo". Hoc ergo ad infinitam Dei bonitatem pertinet, ut esse permittat mala, et ex eis eliciat bona.

    AD SECUNDUM dicendum quod, cum natura propter determinatum finem operetur ex directione alicuius superiores agentis, necesse est ea quae a natura fiunt, etiam in Deum reducere, sicut in primam causam. Similiter etiam quae ex proposito fiunt, oportet reducere in aliquam altiorem causm, quae non sit ratio et voluntas humana: quia haec mutabilia sunt et defectibilia; oportet autem omnia mobilia et deficere possibilia reduci in aliquod primum principiom immobile et per se necessarium, sicut ostensum est.

*   *   *

    Aquí termina el capítulo tres en su lengua original. Seguidamente lo transcribiré en castellano.

    El traductor hace algunos cambios sin importancia para la mejor comprensión del texto, por ejemplo, cuando en el original está escrito "ut dicitur II Metaphys" (tal como se dice en la Metafísica II), en la traducción puede leerse "pues, como dice el Filósofo". Del mismo modo, y casi a continuación, el latín original expresa "ut in eodem libro dicitur" (tal como en el mismo libro se dice), mientras que en castellano está escrito "según dice Aristóteles".

    Como es lógico, tanto el autor como el traductor, en todo momento se están refiriendo a La Metafísica, de Aristóteles.

    Ocurre lo mismo cuando se cita a San Agustín y su obra, así como al principio y final del capítulo en el momento de exponer dificultades y soluciones, pero las diferencias no son en absoluto sustanciales.

    Inicio la transcripción.

*   *   *

DIFICULTADES. Parece que Dios no existe.

    1.- Si de dos contrarios suponemos que uno sea infinito, éste anula totalmente su opuesto. Ahora bien, el nombre o término Dios significa, precisamente, un bien infinito. Si, pues, hubiese Dios, no habría mal alguno. Pero hallamos que en el mundo hay mal. Luego Dios no existe.

    2.- Lo que pueden realizar pocos principios, no lo hacen muchos. Pues en el supuesto de que Dios no exista, pueden otros principios realizar cuanto vemos en el mundo, pues las cosas naturales se reducen a su principio, que es la naturaleza, y las libres, al suyo, que es el entendimiento y la voluntad humana. Por consiguiente, no hay necesidad de recurrir a que haya Dios.

    POR OTRA PARTE, en el libro del Éxodo dice Dios de sí mismo: "Yo soy el que soy".

    RESPUESTA. La existencia de Dios se puede demostrar por cinco vías. La primera y más clara se funda en el movimiento. Es innegable, y consta por el testimonio de los sentidos, que en el mundo hay cosas que se mueven. Pues bien, todo lo que se mueve es movido por otro, ya que nada se mueve más que en cuanto está en potencia respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que lo que está en acto, a la manera como lo caliente en acto, v. gr., el fuego hace que un leño, que está caliente en potencia, pase a estar caliente en acto. Ahora bien, no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en acto y en potencia respecto a lo mismo, sino respecto a cosas diversas, lo que, v. gr., es caliente en acto, no puede ser caliente en potencia, sino que en potencia es, a la vez, frío. Es, pues, imposible que una cosa sea por lo mismo y de la misma manera motor y móvil, como también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve es movido por otro. Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no habría un primer motor y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano. Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por Dios.

    La segunda vía se basa en la causalidad eficiente. Hallamos que en este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos que cosa alguna sea su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible. Ahora bien, tampoco se puede prolongar indefinidamente la serie de las causas eficientes, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, sea una o muchas, y ésta causa de la última; y puesto que, suprimida una causa, se suprime su efecto, si no existiese una que sea la primera, tampoco existiría la intermedia ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces. Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios.

    La tercera vía considera al ser posible o contingente y el necesario, y puede formularse así. Hallamos en la naturaleza cosas que pueden existir o no existir, pues vemos seres que se producen y seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan. Ahora bien, es imposible que los seres de tal condición hayan existido siempre, ya que lo que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue. Si, pues, todas las cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna existía. Pero, si esto es verdad, tampoco debiera existir ahora cosa alguna, porque lo que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya existe, y, por tanto, si nada existía, fue imposible que empezase a existir cosa alguna, y, en consecuencia, ahora no habría nada, cosa evidentemente falsa. Por consiguiente, no todos los seres son posibles o contingentes, sino que entre ellos, forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario. Pero el ser necesario o tiene la razón de su necesidad en sí mismo o no la tiene. Si su necesidad depende de otro, como no es posible, según hemos visto al tratar de las causas eficientes, aceptar una serie indefinida de cosas necesarias, es forzoso que exista algo que sea necesario por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los demás, a lo cual todos llaman Dios.

    La cuarta vía considera los grados de perfección que hay en los seres. Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros, y lo mismo sucede con las diversas cualidades. Pero el más y el menos se atribuye a las cosas según su diversa proximidad a lo máximo, y por esto se dice lo más caliente de lo que más se aproxima al máximo calor. Por tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo; pues, como dice el Filósofo, lo que es verdad máxima es máxima entidad. Ahora bien, lo máximo en cualquier género es causa de todo lo que en aquel género existe, y así el fuego, que tiene el máximo calor, es causa del calor de todo lo caliente, según dice Aristóteles. Existe, por consiguiente, algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad y de todas sus perfecciones, y a esto llamamos Dios.

    La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que las cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, y a éste llamamos Dios.

    SOLUCIONES. 1.- Dice San Agustín que, "siendo Dios el bien supremo, de ningún modo permitiría que hubiese en sus obras mal alguno si no fuese tan omnipotente y bueno que del mal sacase bien". Luego pertenece a la infinita bondad de Dios permitir los males para de ellos obtener los bienes.

    2.- Como la naturaleza obra para conseguir un fin en virtud de la dirección de algún agente superior, en lo mismo que hace la naturaleza interviene Dios como causa primera. Asimismo, lo que se hace deliberadamente, es preciso reducirlo a una causa superior al entendimiento y voluntad humanos, porque éstos son mudables y contingentes, y lo mudable y contingente tiene su razón de ser en lo que de suyo es inmóvil y necesario, según hemos dicho.

*   *   *

    Y hasta aquí la demostración que elaboró Santo Tomás para probar la existencia de Dios.

    A continuación voy a atreverme a exponer mis puntos de vista en relación con el tema. Quizá no debiera ser tan osado pero creo que la búsqueda de la verdad es algo innato en el ser humano. Todos sabemos que la verdad está en alguna parte y todos tratamos de encontrarla, aunque, a menudo, haya muchas ideas intrusas que se disfracen de la verdad y consigan mantenernos engañados toda la vida.

    ¿Podemos, acaso, estar seguros de que nuestra verdad es la auténtica? ¿Descubrimos siempre al intruso disfrazado?.

    Es realmente difícil distinguir la auténtica verdad entre tan impresionante maraña de ideas filosóficas y religiones, pero el ser humano, siempre tan luchador y tan incansable buscador de un buen fin para su vida, no cesa ni cesará jamás de batallar consigo mismo y con los demás para autoconvencerse y convencer de que su verdad es LA VERDAD.

    Complicada misión ante tanta incertidumbre.

    "Dudo, luego existo", dijo San Agustín.

    En fin, al menos sé que existo.


III

ANÁLISIS DE LAS VÍAS 

    En su demostración sobre la existencia de Dios, Santo Tomás plantea en primer lugar dos argumentos ateos que pretenden probar que Dios no existe.

    No hay en absoluto necesidad de dar ninguna explicación sobre ellos porque el autor se expresa con gran claridad y sencillez. De todos modos quiero recordar su esencia en breves palabras.

        1º.- Si Dios existiera no consentiría el mal, pero como el mal existe, Dios no.

        2º.- El principio de las cosas es la naturaleza y el de las ideas el entendimiento, luego no son necesarios más principios; por lo tanto Dios no existe.

    Según mi modo de ver, estas dos teorías tienen cierta lógica pero no debe ser difícil desmontar sus argumentos.

    No parece discutible el hecho de que ha habido un principio, lo que no veo tan claro es que el mal o el bien guarden relación alguna con ese principio. Si se analiza en profundidad el bien y el mal nos encontramos con lo relativo del asunto.

    Es propio del maniqueísmo y del zoroastrismo (doctrina fundada por Zoroastro o Zarathustra, personaje que nació en el Irán del siglo VI antes de Cristo), el dividir tajantemente las cosas en buenas y malas, y no debemos olvidar que lo considerado bueno en determinadas culturas y religiones, en otras pasa a etiquetarse como malo.

    En la religión musulmana, las bebidas alcohólicas son juzgadas como algo impuro o prohibido, es decir, malo; mientras que los católicos centran el momento culminante de su principal celebración religiosa en beber vino de un cáliz.

    Para los hombres esquimales es un honor ceder su mujer al visitante, y éste debe aceptarlo para no agraviar al anfitrión, en cambio, hay muchas culturas en las que este modo de actuar se estimaría como delito.

    Es habitual que los hombres quitemos la vida a los animales para alimentarnos. Una de las carnes más consumidas es la de vaca, y éste es un hecho comúnmente aceptado como bueno, sin embargo, en la India, las vacas son animales sagrados y no se les puede hacer ningún daño, lo contrario sería considerado malo.

    Por diferentes motivos aunque con las mismas consecuencias, los musulmanes no comen cerdo ya que tienen el convencimiento de que es un animal impuro, y por lo tanto, para ellos, es malo consumir la carne de ese animal, mientras que en otras culturas se aprecia como una buena base de alimentación que absolutamente nada tiene de malo.

    Lo mismo ocurre con los estupefacientes y alucinógenos. En la cultura occidental están prohibidos y se les teme como a la peor de las plagas, pero no opinan lo mismo los habitantes de extensas zonas de Asia o África, e incluso hay muchos pueblos sudamericanos que han usado y usan los alucinógenos como vía necesaria para encontrar la divinidad, y en ningún caso pensarían jamás que hacen algo malo.

    También nos encontramos con comunidades de la raza humana, muy antiguas y bien organizadas, que matan a sus semejantes y después se comen las vísceras para recibir su fuerza y su valor. Estas tribus caníbales están totalmente convencidas de que actúan bien, con independencia de lo que otras personas puedan creer.

    A quien, teniendo frío, el fuego le haya calentado, dirá que el fuego le ha causado un bien, en cambio, a quien le haya quemado, sostendrá que el fuego le ha provocado un mal.

    Quien haya aplacado su sed con el agua dirá que el agua le ha hecho un bien, pero no opinará lo mismo quien se haya ahogado.

    Hay cientos de ejemplos que demuestran lo relativo que es el bien y el mal, de modo que cabría como posible llegar a la conclusión de que ninguno de los dos es real, por lo tanto, no es lógico basar la existencia o no existencia de Dios en esos dos conceptos. Si un terremoto destruyera una ciudad, o si se apagase el sol, o si una explosión sideral hiciera desaparecer nuestro mundo no sería bueno ni malo sino la simple consecuencia de la lógica y evidente evolución.

    El segundo argumento sostiene que no es necesario que Dios exista porque puede haber otros principios.

    Para los que estén de acuerdo con este enfoque, hay que precisar que tiene dos errores, el primero de ellos es el no percatarse de que Dios es igual a principio, por consiguiente, cuando se dice que no hay Dios porque hay principios, se está afirmando, más o menos, que no hay Dios porque hay Dios, lo cual es absurdo.

    El segundo error es el admitir que son dos los principios: naturaleza y entendimiento, cuando es evidente que éste es consecuencia de aquél. Sin la naturaleza, el entendimiento nunca hubiera existido ni tendría nada que entender.

    Después de las dos argumentaciones sobre la no existencia de Dios, Santo Tomás cita el capítulo tres, versículo catorce del Éxodo, en el cual, tras preguntarle Moisés por su nombre, Dios le contesta: "Yo soy el que soy".

    A partir de aquel momento, Moisés y todo el pueblo de Israel, al referirse a Dios, le llamaron "el que es", es decir, "Yavé".

    Con esta cita, Santo Tomás expone una réplica a los razonamientos anteriores, basándose en las Sagradas Escrituras.

    Creo que la lógica de esta contraposición carece de una base filosófica firme porque se fundamenta en la indiscutible veracidad de todo lo que se cuenta en el Éxodo. ¿Alguien ha podido demostrar alguna vez que todo lo que está escrito en la Biblia es cierto?.

*   *   *

    Para analizar la primera vía, basada en el movimiento, antes de nada hay que definir algunos términos.

    Cuando Santo Tomás habla de mover y ser movido, está utilizando el sentido metafísico de estas expresiones, es decir, algo se mueve o es movido cuando está recibiendo un acto o perfección del que antes carecía.

    La potencia es la capacidad de un móvil para poder recibir un acto o perfección que no posee.

    El acto es el hecho mismo de comunicar al móvil una perfección, siempre que esté en potencia para recibirla.

    Santo Tomás pone como ejemplo un leño y el fuego para mostrar el movimiento metafísico pero seguramente será más fácil de entender si sustituimos el leño por agua.

    El agua fría es móvil porque tiene potencia para recibir calor del fuego (acto), o lo que es lo mismo, puede ser calentada. Es decir, el agua fría está caliente en potencia, y al calentarla, pasa o se mueve a estar caliente en acto.

    Lógicamente, nada puede estar en acto y en potencia respecto a lo mismo, o sea, el agua caliente no está en potencia para recibir calor porque ya lo tiene, sin embargo, sí está en potencia para recibir frío; dicho de otro modo, el agua caliente es, en potencia, agua fría.

    De la misma forma, una jarra vacía está en potencia para ser llenada, y una vez llena pasa a estar en potencia para ser vaciada, pero de ninguna manera una jarra llena puede ser llenada, ni una vacía, vaciada, por consiguiente, y ahí quiere llegar Santo Tomás, "no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en acto y en potencia respecto a lo mismo", o lo que es igual, nada puede moverse a sí mismo, sino que tiene que ser movido por otro.

    A continuación, y también en esta vía, se evidencia la imposibilidad de trasladarse al infinito en esa sucesión de movimientos, ya que, al ser una sucesión infinita, sería imposible llegar a un primer motor, y sin ese primer motor no podría haber segundos, terceros, cuartos... motores, y en consecuencia, no existiría nada, pero como eso no es cierto ya que parece evidente que estamos aquí, no queda más remedio que reconocer la realidad de un primer motor que sería acto puro, sin potencia para recibir perfección alguna y por lo tanto inmóvil.

    También se pone como ejemplo en esta primera demostración al "bastón que nada mueve si no lo impulsa la mano", y aquí es donde más claro está el hecho de que Santo Tomás, desde el principio, basa su exposición en que las causas estén esencialmente subordinadas en el presente, es decir, todos los movimientos han de hacerse en el mismo instante para que se dé el efecto último. Tal sería el caso de la piedra a la que mueve el bastón, que es movido por la mano, quien, a su vez, es impulsada por el brazo...

    Ahora, imaginémonos que las causas estén accidentalmente subordinadas en el pasado, o sea, que esa primera causa o motor haya sido una realidad en el pasado pero no exista en el presente, y que las cosas, por su propia inercia, hayan mantenido el movimiento hasta el día de hoy.

    Hay demasiados ejemplos claros. Si contemplamos un nogal, sabemos que está ahí gracias a una nuez, pero esa nuez ya no es una realidad; desapareció, no existe.

    Lo mismo ocurre cuando vemos a una persona; sin duda esa persona existe pero eso no significa que necesariamente tenga que existir su padre.

    También podemos ver un automóvil circulando por la carretera, e inmediatamente deduciremos que está siendo impulsado por un motor, pero, sin duda, cabría la posibilidad de que dicho motor se hubiese parado momentos antes y que el vehículo estuviera moviéndose como simple consecuencia de la inercia. Las leyes físicas, más tarde, decidirían el instante de su detención, pero hasta ese momento y desde que el motor se paró, no se puede discutir el hecho de que, después de dejar de existir el motor, continuó existiendo el movimiento, es decir, que aunque actualmente haya movimiento, es posible que actualmente no haya primer motor.

    Parece no haber ninguna duda en el sentido de que no se puede llegar, hacia atrás, al infinito, y que ha tenido que haber un principio, pero ¿Es necesario que ese principio siga existiendo hoy? ¿No es posible que efectivamente haya existido pero ya no exista?.

*   *   *

    La segunda vía es la de la causalidad eficiente, y sus planteamientos son muy similares a los de la primera.

    Si en la vía anterior se llegaba al primer motor a partir del último movimiento, en ésta se llega a la primera causa partiendo del último efecto.

    En primer lugar expondré la definición aristotélica de las causas.

    Según Aristóteles, para explicar un ser (automóvil, por ejemplo), hay que remitirse a las causas que hacen que exista y que son las siguientes:

        1º.- CAUSAS INTRÍNSECAS (las que conforman el interior del ser):

- La causa material, que es la materia de que se compone el ser (hierro, plástico, moqueta...).

- La causa formal, o el hecho por el que cualquier cosa es lo que es (vehículo automóvil).

        2º.- CAUSAS EXTRÍNSECAS (las que influyen desde el exterior del ser):

- La causa eficiente, es decir, la que provoca el efecto (ingenieros, diseñadores, operarios...)

- La causa final, o la razón por la que se hace algo (vender, ganar dinero, poder viajar con rapidez...).

    Como puede verse, la causa eficiente viene a ser la causa necesaria y eficaz para lograr el efecto.

    Santo Tomás manifiesta que "en este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes", es decir, unas dependen de otras para conseguir el efecto, por ejemplo, la vaca, para dar leche (efecto), necesita comer hierba (causa eficiente), y la hierba necesita otras causas eficientes para crecer, como son la tierra, el agua, el calor...

    También se indica en esta vía que no es posible el que ninguna de ellas sea causa de sí misma porque para eso debería ser anterior a su propia existencia. A continuación, y del mismo modo que en la primera vía, se señala la imposibilidad de trasladarse al infinito en la sucesión de causas eficientes, por lo que ha de llegarse a la causa eficiente primera que, lógicamente, tiene que ser incausada, y a la que todos llaman Dios.

    En el fondo, este planteamiento es igual al de la vía anterior y mis dudas siguen siendo las mismas.

    Efectivamente, hay que llegar a una causa primera que sea incausada (nuestro entendimiento nos lo dicta así), y que haya provocado la sucesión de causas y efectos hasta este momento, pero no consigo convencerme de que sea absolutamente necesario el que esa causa primera siga existiendo hoy como tal causa primera.

    El sol podría apagarse, y, por consiguiente, no enviaría su calor. El calor es una de las causas eficientes para que la vaca dé leche, pero desde el instante en que el sol se apague hasta que la vaca deje de dar la leche transcurrirá un tiempo en el que las causas y los efectos continuarán existiendo por una inercia similar a la del movimiento, por lo tanto, es posible la existencia actual de una causa eficiente sin la existencia de la causa eficiente de la cual dependía, es decir, cabe la posibilidad de que en este momento no exista la causa eficiente primera (lo cual no significa que no haya existido), y sin embargo, sí existan las causas eficientes intermedias y su efecto.

*   *   *

    La tercera vía trata de los seres posibles o contingentes y el necesario.

    En esta demostración, Santo Tomás deja muy claro el hecho de que el mundo está lleno de seres contingentes, es decir, de seres que pueden existir y no existir porque se crean por generación y se destruyen por corrupción. A continuación asegura: "Lo que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue".

    Con esta aserción se pone en evidencia que todo lo que puede ser corrompido, en su día fue creado, y lo que fue creado, con anterioridad al instante de su creación, no existía.

    Ahora bien, si todas las cosas fuesen contingentes significaría que ha habido un tiempo en que no existían, y si ha habido un tiempo en que nada existía, nada debería existir ahora porque de la nada, nada se puede sacar.

    Evidentemente es falso el hecho de que no exista nada ya que todos estamos aquí, por lo tanto es imposible que todos los seres sean contingentes, o sea, que es absolutamente imprescindible la existencia de un ser necesario que haya existido siempre y que nunca deje de existir, y a ese ser, base o principio de los contingentes, es al que todos llaman Dios.

    Esta vía parece indiscutible pero sólo si no profundizamos en lo que significa la contingencia de los seres.

    Se dice en esta demostración que seres o cosas contingentes son los que pueden existir o no existir. En otras palabras, se admite la posibilidad de que una cosa desaparezca sin dejar rastro, y eso, aunque aparentemente sea así, no es cierto.

    Del mismo modo, es imposible que las cosas puedan crearse. Recordemos una frase que en muchas ocasiones dijo Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794), químico parisino: "Nada se crea ni se destruye, solamente se transforma", y que a nadie le quepa ninguna duda de la realidad de esta afirmación (al menos eso demuestra la experiencia).

    Sólo puede admitirse que ha sido creado lo que haya aparecido de la nada, el resto de las cosas son consecuencia de una transformación en la que influyen diferentes causas eficientes.

    Para que un ser humano empiece a existir como ser humano, ha sido necesario que un espermatozoide penetre en un óvulo y lo fecunde, es decir, el espermatozoide y el óvulo, al unirse, se han transformado en ser humano, pero en ningún caso ha habido creación alguna.

    De la misma forma ocurre cuando el ser humano se destruye o se corrompe. El agua, del que en gran proporción estamos compuestos, se filtra en la tierra o se evapora y pasa a formar parte de las nubes; la carne es consumida por diferentes y minúsculos animales, y lo que pueda quedar se transforma en polvo o ceniza que acaba mezclándose con la tierra.

    Con este proceso, el ser humano como tal, desaparece, pero lo que nunca podrá desaparecer es la materia de que está compuesto, que se transformará infinidad de veces y será causa eficiente de la existencia de infinidad de cosas, es decir, según mi opinión, lo que se entiende por seres contingentes, en realidad es la forma que toma cierta cantidad de materia durante un tiempo determinado, pero es evidente que esa materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, por lo tanto, en el fondo, no existen los seres contingentes ya que, éstos, ni vienen de la nada ni desaparecen.

    Imaginemos una caverna llena de estalactitas y estalagmitas. ¿Han sido creadas esas espectaculares formas?. Por supuesto que no; son el resultado de la transformación del carbonato de cal en bicarbonato, como consecuencia del anhídrido carbónico que han arrastrado las lluvias a su paso por la atmósfera, y que después se han filtrado a través de las grietas de la corteza terrestre con la ayuda de la gravedad. Es decir, la materia ha cambiado de forma pero no se ha creado de la nada.

    Imaginemos ahora un jarrón de arcilla fresca recién terminado por las hábiles manos de un ceramista. ¿Ha sido creado un jarrón?. Es evidente que no; tan sólo se ha cambiado el aspecto de la arcilla. Dos causas eficientes, una llamada agua y otra llamada hombre, han propiciado esta transformación.

    La materia tiene una gran variedad de formas y composiciones siempre dispuestas a cambiar. El propio Aristóteles reconoció que "la Naturaleza establece una transición tan gradual entre lo inanimado y lo animado que las fronteras que separan ambos reinos son indistintas y ambiguas". Efectivamente, es muy posible que la materia viva y la materia muerta sean diferentes grados de una misma y única materia cuyo conjunto bien pudiera equivaler al tan buscado ser necesario.

    Para ir terminando con mi análisis de la tercera vía, voy a transcribir el siguiente párrafo de su autor: "Hallamos en la naturaleza cosas que pueden existir o no existir, pues vemos seres que se producen y seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan".

    Me atrevería a afirmar que Santo Tomás parte de una base inexacta ya que, como he dicho anteriormente, no hay ninguna posibilidad de que las cosas que conocemos salgan de la nada y existan, o desaparezcan en la nada y dejen de existir, por consiguiente, el razonamiento de la contingencia de los seres queda viciado desde el preciso momento en que se reconoce como cierta tal contingencia.

*   *   *

    La cuarta vía analiza los diversos grados de perfección que hay en los seres, y para ello se hace referencia a las perfecciones puras trascendentales, es decir, la bondad, la verdad, la nobleza, etc., ya que todas estas perfecciones son factibles de tener muy distintos grados de virtud.

    Santo Tomás entiende que si hay cosas más o menos nobles, por fuerza tiene que haber algo nobilísimo o purísimamente noble. Otro tanto ocurre con el resto de las perfecciones, y, para que sea más comprensible su ejemplo, hace referencia al fuego diciendo que "lo más caliente es lo que más se aproxima al máximo calor". También, más tarde, cita las siguientes palabras de Aristóteles: "El fuego, que tiene el máximo calor, es causa del calor de todo lo caliente".

    Está muy claro que hay distintos grados de temperatura y que los cuerpos serán más cálidos cuanto más cerca estén del máximo calor, por consiguiente, tendremos que deducir que si hay algo caliente es porque ha recibido esa perfección de otra cosa más caliente aún, y de este modo habremos de llegar al que generó todos esos diferentes grados de calor, es decir, al fuego, que sería la causa del calor de todo lo caliente. Por lo tanto, si sabemos que existen distintos grados en las perfecciones puras trascendentales, hay que llegar a la conclusión de que ha de existir la causa de dichas perfecciones y cuya causa será, como en el fuego, la máxima perfección.

    Evidentemente, hoy en día, no podemos asegurar que el primer fuego que veamos tiene el máximo calor posible ya que en el fuego también hay diferentes grados de calor, por eso, cuando Aristóteles y Santo Tomás se refieren al fuego como el que tiene el máximo calor, se están limitando a señalar lo más caliente que por entonces se conocía, aunque, por supuesto, lo que en realidad quieren que entendamos es que los distintos grados de calor provienen de aquello que sea capaz de generar el máximo calor, bien sea el fuego, la fisión-fusión nuclear o cualquier reacción térmica de cualquier astro del universo.

    En esta vía, Santo Tomás asegura que, después de pasar por los necesarios grados de perfección en las perfecciones puras trascendentales, tenemos que llegar a reconocer la existencia de algo "verísimo, nobilísimo y óptimo", y por tanto "ente o ser supremo", y para hacer esta aseveración se basa de nuevo en la obra de Aristóteles cuando dice que "lo que es verdad máxima es máxima entidad".

    Ahora voy a tratar de plasmar aquí mis discrepancias con algunos puntos de esta vía.

    Debemos observar que Santo Tomás, después de haber llegado en su demostración al punto más alto de tres perfecciones, en lugar de mantenerlas separadas como sería lógico, las funde en un solo ente o ser supremo. Por supuesto, es evidente que ha de hacerlo así, porque de otro modo nos encontraríamos con tres entes o seres supremos, y de lo que se trata es de demostrar la existencia de uno solo.

    También hay que tener en cuenta que Aristóteles habla únicamente de la verdad y no del resto de las perfecciones, pero parece ser que Santo Tomás considera que si lo que es verdad máxima es máxima entidad, también han de serlo todas las perfecciones puras trascendentales y, según mi parecer, eso no tiene por qué ser así ya que el hecho de que existan aves que no puedan volar no ha de inducirnos nunca a pensar que ningún ave puede volar.

    Otra cosa que quizá sea discutible es el considerar que la verdad posea diferentes grados de virtud, es decir, que algo pueda ser "verdadero", "muy verdadero" o "verísimo".

    La verdad sólo puede ser verdad o no serlo y es imposible que en la verdad pueda haber distintos grados. Verdad es lo que es, lo cierto, lo indiscutible... La verdad puede gustar más o gustar menos pero siempre será la verdad, sin ningún tipo de escala que la diferencie de otras verdades porque no puede haber más verdades que la verdad simple.

    La verdad es como un número; el ocho, por ejemplo. El ocho sólo puede ser ocho, no puede ser muy ocho o poco ocho, siempre será, simplemente, ocho.

    Tampoco ha de considerarse a la verdad como buena ya que la verdad es también la mentira cuando la mentira realmente existe.

    Quizá haya quien quiera demostrar la existencia de diferentes grados de verdad, y para ello podría poner el siguiente ejemplo: Imaginemos una pirámide regular suspendida en el aire cuya base sea cuadrada. Si un observador inmóvil la mira de modo que sólo pueda ver una de sus caras triangulares, jurará estar ante un triángulo, sin embargo, si situamos otro observador, también inmóvil, frente a la base cuadrada y sin que pueda ver el resto de las caras, estará seguro de presenciar la visión de un cuadrado. Al mismo tiempo, estas dos personas podrían estar viéndose entre sí y nunca cesarían de discutir sobre la realidad de lo que tienen frente a ellas. Podría decirse que estas personas poseen un grado inferior de verdad a lo que sería la verdad máxima que es la pirámide.

    Posiblemente, este ejemplo pueda convencer sobre la existencia de distintos grados de virtud en la verdad y, de este modo, convertir el concepto en relativo, pero no estoy de acuerdo en que eso sea posible ya que la verdad es lo que es y no lo que vemos o lo que creemos que es.

    El propio Aristóteles definió la verdad con estas palabras: "Decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es lo verdadero".

    También Santo Tomás, en la Suma Teológica, demuestra la existencia de la verdad de este modo: "Es evidente que existe la verdad, porque quien niegue su existencia concede que existe, ya que, si la verdad no existiese, sería verdad que la verdad no existe, y claro está que, si algo es verdadero, es preciso que exista la verdad".

    En estas dos citas se aprecia claramente el significado absoluto que se da a la verdad, por lo tanto, no tiene sentido que haya diferentes grados de verdad, es decir, no puede haber verdad máxima ni puede haber verdad mínima.

    Para hablar de las otras dos perfecciones, -la nobleza y la bondad-, voy a remitirme a mis razonamientos del principio de este capítulo sobre lo relativo del bien y el mal.

    ¿Es noble el toro bravo que entra bien a la muleta sin atacar nunca al torero? ¿Es innoble el león que mata a los cachorros del guepardo?.

    Cabe la posibilidad de que el toro de la primera cuestión, en lugar de noble sea un ser inferior engañado por el hombre; y el león de la segunda, en lugar de innoble esté siguiendo su instinto de supervivencia para eliminar a futuros competidores en la búsqueda de alimentos.

    No creo probable que pueda haber distintos grados de virtud con tanta indefinición entre lo bueno y lo malo. Sin duda, las cosas pueden parecer más o menos nobles y más o menos buenas dependiendo del punto de vista con que se miren.

    Indudablemente, hay grandes diferencias entre la bondad y la nobleza, siempre relativas; y la verdad, siempre absoluta; y estoy seguro de que lo principal que tienen en común es que ninguna de las tres poseen diferentes grados de virtud ya que, ni lo relativo ni lo absoluto puede ser calificado, por consiguiente, no es posible buscar a Dios en el grado máximo de ninguna de ellas.

*   *   *

    En la quinta vía, o la de la finalidad de los cuerpos naturales, Santo Tomás llega a la conclusión de que los cuerpos naturales que carecen de conocimiento suelen llegar siempre al fin que más les conviene porque algo superior hace que tiendan a ese fin.

    Según el autor de la demostración, es evidente que estos seres no llegan a ese fin por casualidad, sino obrando intencionadamente, pero como también es cierto que carecen de conocimiento, hay que admitir la existencia de una inteligencia superior que dirija de modo tan perfecto esas formas de actuar, y a esa inteligencia superior, sobre la cual no hay ninguna otra inteligencia, es a lo que se llama Dios.

    Cuando Santo Tomás habla de las cosas que carecen de conocimiento, parece estar refiriéndose a las plantas y animales, que siempre actúan del mejor modo posible para sobrevivir y sin premeditar nunca sus actos futuros para conseguirlo. Probablemente, al elaborar esta vía, también pensó en la extraña e incuestionable armonía del universo, incluso cuando por aquella época aún faltaban tantas cosas por descubrir, y su conclusión fue deducir que no sería posible tanta perfección sin creer en un ser superior que estuviera dirigiéndolo todo.

    También Aristóteles dijo que la existencia de Dios era evidente sólo con observar la armonía y coordinación de todo el universo.

    Efectivamente, parece una inmensa casualidad el hecho de que la distancia entre el Sol y la Tierra sea la justa como para que la vida pueda existir. También es un ejemplo de coordinación la rotación de nuestro planeta, sin la cual no existiríamos porque nos faltaría algo tan necesario como son los días y las noches.

    Parece un milagro también que la atmósfera de la Tierra tenga los componentes justos que debe tener para dar vida a todos los seres que habitan en ella. Otro ejemplo de armonía es la fotosíntesis de las plantas, que regenera el oxígeno y purifica la atmósfera. No olvidemos el agua, ese elemento imprescindible para los seres vivos y que tanto abunda. Tres cuartas partes del planeta están compuestas por agua y, gracias al calor del sol, parte de ese agua se evapora y cae después en forma de lluvia para crear ríos y lagos...

    Y si miramos hacia el interior de nuestros cuerpos, ocurre lo mismo. Tenemos un perfecto aparato circulatorio, otro respiratorio, el digestivo, el locomotor..., y todos funcionan con una armonía y coordinación perfectas para mantener la vida.

    Absolutamente todo el universo está perfectamente coordinado, pero eso no tiene por qué significar que un ser inteligente haya propiciado tal coordinación.

    Los humanos tendemos a pensar que el único modo de que una máquina funcione con total sincronía es aceptando la existencia de un proyecto previo elaborado por un ser inteligente, y no concebimos ninguna otra posibilidad porque estamos convencidos de que todo debe seguir la dinámica de nuestra lógica. Desgraciadamente somos así de soberbios, pero hemos de tener en cuenta que la inteligencia es una consecuencia de la naturaleza, y no al contrario.

    Como conocemos el dominio de nuestra inteligencia sobre las cosas (siempre relativo, no lo olvidemos) y la capacidad que poseemos para crear e inventar, no podemos evitar el pensar que lo que nosotros no hemos hecho, porque se escapa a nuestras posibilidades, ha tenido que crearlo un ser inteligente, superior a todo, pero que, por supuesto (otra vez la soberbia), ha de guardar semejanza con nosotros mismos y nuestra lógica de pensamiento, ya que nos creemos los seres más perfectos de la naturaleza.

    Ni el hombre con toda su inteligencia es perfecto, ni hay motivos para que una especie de super-inteligencia haya tenido que crear lo que vemos.

    Yo creo que el universo es como es porque circunstancias casuales han hecho que no sea de otro modo. Los seres que vivimos en este planeta respiramos oxígeno porque eso es lo que hay en nuestra atmósfera. Si hubiese otro gas irrespirable para animales y plantas, sencillamente no existiríamos, o quizá sí, pero no tal como somos; nuestra forma de vida sería diferente.

    Nos hemos desarrollado en este planeta porque en él había lo necesario para que esto ocurriese. Lógicamente, si algún ser podía vivir aquí debía tener unas necesidades acordes con su entorno. ¿Por qué las plantas tropicales sólo viven en lugares con climas tropicales? ¿Por qué los peces sólo viven en el agua?. Es evidente que ninguna de esas dos formas de vida existiría si no dispusiesen de un entorno adecuado. En primer lugar ha de haber un entorno, y partiendo de ahí, aparecerá la vida que allí pueda darse y no otra.

    Posiblemente, en la actualidad, no existan unas determinadas formas de vida en nuestro mundo porque éste carece del medio necesario para que puedan desarrollarse, pero como nunca han existido, no las echamos de menos y seguimos insistiendo en la perfección de la naturaleza.

    En el mundo, y en el universo en general, no hay perfecciones ni imperfecciones, simplemente es lo que puede ser, y lo que no puede ser, no es.

    Santo Tomás dice que "lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda", y pone como ejemplo en esta vía a la flecha que llega a su objetivo porque ha sido lanzada y dirigida por un arquero. De esto puede interpretarse, profundizando más en el tema, que si Dios dirige a la naturaleza hacia un fin, que, por cierto, siempre habrá de ser un fin bueno porque es lógico y porque con la evolución todo se perfecciona; lo que Dios está haciendo es dirigir la naturaleza hacia la máxima perfección, es decir, hacia él mismo, de modo que Dios habría creado algo imperfecto para que, poco a poco y con su dirección, fuera haciéndose más y más perfecto hasta convertirse de nuevo en sí mismo, ya que de él partió la evolutiva y por tanto imperfecta creación.

    Sin duda es paradójico el hecho de que un ser perfecto cree algo imperfecto y, de todos modos, ¿por qué motivo un ser, todo perfección, crearía algo que finalmente revirtiera en él mismo?. ¿No podría considerarse absurdo este modo de actuar?.

    No parece lógico que un ser infinitamente perfecto se dedique a entretenerse lanzando un boomerang que, invariablemente, siempre volverá a sus manos.

*   *   *

    En la primera de las soluciones, Santo Tomás hace mención a San Agustín cuando éste dijo que "siendo Dios el bien supremo, de ningún modo permitiría que hubiese en sus obras mal alguno si no fuese tan omnipotente que del mal sacase bien".

    De nuevo se vuelve a hablar del bien y el mal, y de nuevo me remito al principio de este capítulo para reafirmarme en que el mal y el bien son conceptos absolutamente relativos, y por consiguiente nadie puede sacar mal del bien ni bien del mal, ya que lo que para unos es bueno para otros es malo.

    En la segunda solución, el autor resume algunas de sus vías con pocas palabras pero en toda su esencia, y yo me vuelvo a remitir al análisis que, con mayor o menor fortuna, he realizado en el presente capítulo.

*   *   *

    Quizá mi atrevimiento haya sido excesivo al tratar de discutir las demostraciones de uno de los mayores genios de la Teología, pero no he podido remediar exponer, de algún modo, mis inquietudes en relación con este espinoso tema.

    Es posible que me equivoque, aunque, de todos modos, ¿Hay alguien de quien pueda asegurarse que tiene toda la razón?.

    Sinceramente, pienso que no. Sin duda, el tener o no tener la razón, también es algo relativo.


IV

LA NECESIDAD DE ENCONTRAR A DIOS 

    En el primer capítulo cito varios de los atributos que definen la esencia de Dios, y entre ellos está la Eternidad. Para definirlo se dice que Dios no es pasado ni futuro, Dios vive un absoluto presente. Es decir, Dios sólo puede estar en el presente.

    Teniendo en cuenta esta afirmación, voy a presentar seguidamente unas inquietantes reflexiones.

*   *   *

    Estoy convencido de que todas las demostraciones son relativas, y, pese a mi afirmación, trataré de demostrar que esto es así.

    Por supuesto, el argumento que expondré a continuación es sobradamente conocido en Filosofía, y pienso que indica una prueba más de lo frágil que es nuestra realidad.

    Es posible que no se deba utilizar la lógica para llegar determinadas conclusiones, porque nos podemos encontrar con que lo que parece evidente que es negro, al final, sea blanco.

    Ahora voy a demostrar que algo aparentemente tangible e incuestionable, y que no da lugar a discusión alguna, es absolutamente falso.

    ¿En este momento, se podría asegurar que existimos?.

    "¡Por supuesto que sí!".

    Efectivamente, ésta sería la lógica respuesta de todos; por supuesto que sí, claro que existimos; ¿o es que no estamos aquí?.

    Pues bien, espero demostrar que no es cierto. Nosotros no existimos.

    Suponiendo que actualmente existiéramos, ¿dónde nos hallaríamos?, ¿en el pasado, en el presente o en el futuro?.

    Con toda seguridad estaremos de acuerdo en que actualmente no vivimos en el futuro, ya que futuro es lo que no existe porque aún no ha llegado.

    También aceptaremos que ahora mismo no estamos en el pasado, ya que pasado es lo que se ha dejado atrás. Evidentemente, hemos estado en el pasado, pero ahora no lo estamos, por lo tanto tampoco estamos viviendo el momento actual en el pasado.

    Consiguientemente, ni vivimos en el pasado, ni vivimos en el futuro. Entonces, ¿dónde vivimos?.

    "¡En el presente!".

    Sin duda, esta respuesta parece la más lógica, pero el problema llega cuando tenemos que buscar el presente para saber su duración.

    ¿Cuánto tiempo dura el presente?. ¿Acaso un segundo?. Puede ser, pero, claro, nos encontramos con el problema de que un segundo también tiene pasado y futuro. Exactamente cinco décimas de segundo de pasado y otras cinco de futuro, ¿y qué queda entre esas décimas de pasado y las de futuro?. Pues muy fácil; NADA. Y si es posible que haya algo entre el pasado y el futuro (que lo dudo), esto sería una minúscula porción de tiempo que podríamos llamar centésima, milésima, millonésima, etc., etc., etc..., de segundo, y aun así, siempre nos encontraríamos con que esa pequeñísima porción en que, supuestamente, se quedaría el presente, indefectiblemente se podría dividir en dos mitades, el pasado y el futuro.

    Como los números son infinitos, nunca cesaríamos de dividir la fracción que quedase, es decir, jamás encontraríamos ese hipotético tiempo al que llamamos presente, ya que es imposible alcanzar el infinito.

    Llegados a este punto nos encontramos con que, si es imposible llegar al infinito, también es imposible que exista el presente, y si el presente no existe, nosotros tampoco, ya que de ningún modo podríamos vivir en los otros dos tiempos; ni en el pasado ni en el futuro.

    Y ahora me hago la siguiente pregunta: ¿Dónde está Dios, si Dios sólo puede vivir en el presente?.

*   *   *

    Independientemente de lo que digo en esta demostración, tengo que indicar que, en el fondo, estoy completamente convencido de que nosotros existimos, y si he escrito estas líneas ha sido para dejar patente lo fácil que puede resultar demostrar como cierto algo seguramente falso.

    Con esto no quiero poner de manifiesto posibles errores en las definiciones de los atributos de la esencia de Dios, ni ningún supuesto intento deliberado por parte de Santo Tomás para falsear la verdad. En absoluto. Estoy absolutamente convencido de que este magnífico e inteligente teólogo tenía una fe ciega en la existencia de Dios, y sólo pretendió que todos viésemos la luz del mismo modo que él creyó haberla visto.

    La mente humana tiene su forma particular de procesar las ideas, y debemos aceptar que ese sistema para entender la realidad no ha de ser obligatoriamente el auténtico. Evidentemente, basamos la lógica en nuestros conocimientos. ¿De qué otro modo podríamos utilizar el intelecto?. El problema estriba en que, lo que percibimos, puede no ser la auténtica realidad, y por ese motivo, ciertos argumentos que parecen lógicos, sin embargo, son falsos.

    Tanto la existencia como la no existencia de Dios, son materias imposibles de demostrar, al menos si se pretende un Dios como el que predican la mayor parte de las religiones, es decir, un ser inteligente que dicta normas y puede hacer y deshacer cuando lo considera conveniente.

    El concepto que se suele tener de Dios sólo es lo que desearíamos que fuese. Todas las personas nos sentiremos más protegidas en nuestra insignificancia si creemos en la existencia de un ser supremo, dueño y señor de nuestro incierto destino. Sin duda, necesitamos creer que la vida no se acaba con la muerte porque, de otro modo, no encontraríamos razón de ser a nuestra aparentemente divina existencia.

    De todas formas, creo que esta necesidad de no morir nunca, de ser eternos, se debe a que nuestro instinto de supervivencia se ha aliado con la inteligencia natural de los seres humanos para urdir un modo de evitar la evidente y lógica muerte que, gracias a nuestro entendimiento, somos capaces de vislumbrar sin lugar a ninguna duda.

    Desde tiempos inmemoriales, todas las comunidades humanas, por muy distanciadas que estuvieran entre sí, e incluso aunque se tratase de tribus aisladas y sin ningún tipo de comunicación con otros pueblos; sin excepción, han tenido sus propios y particulares dioses a los que han adorado y considerado únicos seres supremos, creadores de todo, y siempre dispuestos a castigar o premiar, según las diferentes costumbres de cada lugar.

    Posiblemente, la Biblia sea uno de los libros más prestigiosos de la literatura religiosa, y son muchas las iglesias que lo han adoptado, aceptándolo como Sagradas Escrituras.

    Se dice que la Biblia ha sido escrita por inspiración divina, es decir, se da por hecho que su autor es Dios en persona, y, según uno de sus versículos, cuando Dios tomó la decisión de crear el hombre dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra propia semejanza" (Génesis, capítulo 1, versículo 26).

    Esa frase parece dar a entender que Dios tiene cierto parecido con nosotros, y yo me pregunto: ¿Se refiere al parecido físico o a la similitud que pueda existir entre almas o pensamientos?.

    No parece muy lógico que se refiera a la semejanza física, ya que es evidente que no somos perfectos, y además, Dios, que -según los creyentes- sí es perfecto y puro, es imposible que tenga cuerpo físico, por consiguiente, tenemos que descartar este tipo de semejanza.

    Menos lógico es aún que se esté hablando del alma, del espíritu, de la inteligencia o de la esencia, ya que dos páginas después, también en la Biblia (Génesis, capítulo 3), el hombre muestra su imperfección cometiendo pecado, y es evidente que no puede haber semejanza entre lo perfecto y lo imperfecto, por lo tanto, no veo correcta la frase en la que Dios dice crear al hombre a su imagen y semejanza.

    Vamos a suponer por un momento que ese versículo de la Biblia lo haya imaginado y escrito un hombre, lo cual, por otro lado, es bastante probable.

    Si un hombre inteligente, deseoso de encontrar un sentido a su existencia, decide crear un dios omnipotente y perfecto, ¿qué imagen tendría de él?.

    Sin duda, el ser más perfecto que ese hombre conoce es, precisamente, el propio hombre, y por lo tanto, su dios debería ser similar a él, es decir, con toda probabilidad, y suponiendo que esa frase haya sido escrita por una persona, es el hombre quien a creado a Dios a su imagen y semejanza, y no al contrario.

    Son varias las culturas antiguas que en lugar de buscar al deseado Dios en un ser semejante a las personas, han creído encontrarlo en aquello sin lo cual la vida sería imposible, como por ejemplo el sol, un río o una montaña. También los volcanes han sido adorados, pero en este caso por su poder de destrucción más que por su capacidad de dar vida. Del mismo modo, a ciertos animales se les ha atribuido la divinidad, probablemente por la admiración que su astucia o su poder han provocado en las personas...

    Todos los pueblos han sentido la profunda necesidad de crear un dios al que adorar y en quien depositar sus miedos y frustraciones, y absolutamente todos lo han creado.

    En todas las civilizaciones hay Sagradas Escrituras o Libros similares que explican el modo en que Dios creó el mundo o la forma de entender la más pura divinidad, y cada una de ellas lo cuenta según la particular imaginación de quienes lo escribieron. Creo que es inútil pretender persuadir a nadie de que esas personas redactaron sus escritos por inspiración divina ya que todas ellas cuentan cosas diferentes entre sí, y siendo de este modo ¿Quién podríamos decir que está en posesión de la verdad?. ¿Quién de ellos escribió verdaderamente por inspiración divina?. Sospecho que las religiones basadas en la Biblia sostendrán que las únicas Sagradas Escrituras están comprendidas en la Biblia, en cambio, no me cabe duda de que los musulmanes no concebirán ni aceptarán otro libro más sagrado que el Corán, tampoco los seguidores del brahmanismo acatarán otros libros que no sean los Brahmana, los Sutras y los Vedas; y otro tanto ocurrirá con el resto de Libros del resto de doctrinas.

    La cuestión es que todas las culturas necesitan y crean sus propias religiones, y todas pretenden convencer a las demás de que ellas son las únicas que predican la verdad, aunque esto no es lo realmente importante, lo que verdaderamente interesa observar es esa necesidad tan humana de creer que alguien grandioso vela continuamente por nosotros, y si estamos tan empeñados en convencernos de la existencia de esa magnífica protección es porque tenemos miedo; un espantoso miedo a morir, un horrible miedo a desaparecer. Por eso no es de extrañar ese afán tan extendido entre las personas para creer en Dios, ya que ése sería el único modo de conseguir la eterna supervivencia, el gozo eterno del Paraíso.

    Es muy humano creer que las lógicas dificultades y penalidades que se viven durante los años de una larga existencia, acabarán con la transición a una vida mejor, y, sin duda, esa esperanza siempre ayudará a la gente a sobrellevar con más facilidad sus naturales miserias. ¿Cómo seríamos las personas si tuviésemos un convencimiento absoluto de que todo termina con la muerte?. Creo que, en ese caso, nuestra forma de vida sería totalmente distinta. Y tengo que reconocer que, probablemente, peor.

    Hay pueblos que combaten el miedo a desaparecer de otros modos diferentes aunque igualmente efectivos. Por ejemplo, en la religión budista, fundada en la India por Buda (560 a.C.-480 a.C.), no tienen el mismo concepto de Dios que en las culturas occidentales, y para evitar el sufrimiento de la vida y el terror a la muerte, están convencidos de que las personas, al morir, se reencarnan, y de este modo, vida tras vida, continúan existiendo durante el tiempo que sea necesario hasta conseguir el nirvana o la máxima perfección, que es lo que nosotros llamaríamos Paraíso. Algo parecido ocurre con el brahmanismo, una antiquísima religión y escalón anterior del budismo. En ambas doctrinas se pretende dominar el cuerpo para evitar el dolor, y en las dos se llega al estado perfecto por la reencarnación, es decir, de nuevo la inteligencia humana a creído encontrar un camino para compensar el sufrimiento y evitar la muerte.

    El hecho de que haya tantas religiones diferentes demuestra que necesitamos creer en algo sublime, y, por desgracia, también parece confirmar la existencia de distintos fallos en las distintas doctrinas.

    ¿Por qué no hay alguna religión de la que nadie pueda decir que tiene errores?. ¿Por qué no hay una única religión?.

    Creo que estas preguntas se pueden responder con sencillez. Todas las religiones tienen errores porque las personas no somos perfectas, y si hay tantas doctrinas diferentes es por simple ambición humana.

    Inevitablemente, quien quiera llegar a la hipotética divinidad creadora, precisa de una vía de comunicación, y desde el principio de los tiempos el hombre ha utilizado distintos métodos místicos para tratar de contactar con Dios. Esos métodos, poco a poco, se han ido convirtiendo en las actuales religiones, tan varias, variopintas y sofisticadas que una gran cantidad de personas ha llegado a sentirse confundida.

    En su imperioso deseo por alcanzar el conocimiento de Dios y la convicción de la existencia del Paraíso, las personas se han introducido en las diferentes doctrinas, y muchísimas las han abandonado desencantadas al sentirse víctimas de la manipulación de sus dirigentes.

    Estoy convencido de que no hay ninguna necesidad de seguir las normas de cualquier religión para alcanzar la felicidad. Simplemente debemos mirar a nuestro alrededor y comprender que todo lo que nos rodea es Dios. Así de sencillo... Y así de complicado.

    ¿Dios existe?.

    Sí, sin duda es una gran pregunta.


V

LA CREACIÓN 

    El argumento más socorrido para la mayor parte de las personas que quieren demostrar la existencia de Dios es remitirse a la grandiosidad y supuesta perfección de la naturaleza. "¿Cómo se ha creado el universo...?. Alguien habrá tenido que hacerlo". Sí, ése es el simple argumento que convence a mucha gente de que tiene que haber un Dios todopoderoso.

    La mayor parte de los científicos del mundo están convencidos de que el universo es la consecuencia de una gran explosión conocida por todos con las palabras inglesas "big bang".

    Según la Ciencia, el universo se originó hace unos 18.000 millones de años, y se inició a partir de una especie de masa increíblemente densa y caliente. Esta masa, compuesta por una gran diversidad de partículas subatómicas, repentinamente comenzó a enfriarse y a ir perdiendo densidad, con lo que comenzó su expansión.

    La teoría del big bang está demostrada al haberse observado sin ningún género de dudas que todos los astros del universo, en la actualidad, se están separando entre sí, afectados aún por aquella gigantesca explosión.

    A raíz del big bang se fueron formando las galaxias, con sus estrellas y planetas, y de este modo se ha llegado al universo actual. Desde aquella gran explosión, el universo ha ido cambiando de un modo constante, y seguramente continuarán sus modificaciones hasta su destrucción o su difuminación en el espacio.

    Hay científicos que aseguran que la expansión del universo continuará indefinidamente, y hay otros que defienden la posibilidad de que la atracción gravitatoria que ejercen las galaxias entre sí pueda hacer que en un determinado momento cese la expansión y se inicie un retroceso que provocaría lo se ha dado en llamar "big crunch", es decir, la inversión del big bang, con lo que el universo se destruiría al contraerse violentamente sobre sí mismo.

    Para poner un ejemplo más gráfico sobre el big crunch vamos a suponer que la masa anterior al big bang sea un globo de goma hinchable cuando todavía no se le ha introducido aire. Eso sería el universo antes de la gran explosión.

    A continuación podemos empezar a soplar para ir llenándolo. Eso sería el big bang.

    Si hubiésemos podido situar en el interior del globo y suspendidas en el aire algunas pequeñas bolitas a unas determinadas distancias entre ellas, a medida que hubiésemos ido llenando el globo, éste hubiera aumentado su volumen, y las bolitas, lógicamente, se hubieran ido separando entre sí. Eso sería la expansión del universo.

    En caso de que el material del globo fuese más fuerte que la potencia del soplido, llegaría un momento en que no podría inflarse más, y al dejar de soplar y no cerrar la vía de entrada del aire, el globo se deshincharía rápidamente hasta volver a su estado inicial. Eso sería el big crunch.

    No sé si es más cierta la teoría de la eterna dispersión del universo o la del big crunch, lo que sí parece estar claro es que en la actualidad el universo está expansionándose como consecuencia de una gran explosión.

    Nadie sabe las dimensiones que pueda tener el universo porque carecemos de los medios técnicos necesarios para llegar a ese conocimiento. De todos modos, en el billón de billones de kilómetros que han podido observarse hasta este momento, se han descubierto por medio de los telescopios unos mil millones de galaxias.

    Perdida en algún recóndito lugar entre esos mil millones de galaxias está la nuestra: la Vía Láctea.

    La Vía Láctea, aun siendo bastante corriente, tiene un diámetro de unos 100.000 años luz, es decir, un rayo de luz viajando a 300.000 kilómetros por segundo, tardaría 100.000 años en recorrerla de parte a parte, y toda esa inmensidad de espacio contiene unos 10.000 millones de estrellas.

    Igualmente perdido entre esos 10.000 millones de estrellas también está nuestro Sol, un pequeño astro que es la figura central del sistema solar.

    Según diversos estudios, se cree que el sistema solar se creó hace unos 4.500 millones de años, es decir, unos 13.500 millones de años después de la gran explosión, o sea que cuando se formó el sistema solar, el universo ya llevaba muchos miles de millones de años expandiéndose.

    Por supuesto estos datos no son absolutamente precisos, pero ésas son las cifras relativamente aproximadas que barajan las únicas personas de este mundo que pueden atreverse a teorizar sobre el origen del universo, y esas personas no son otras que los científicos.

    Estoy totalmente convencido de que ningún filósofo podrá competir jamás con un científico cuando se trate de desentrañar los orígenes de la Creación.

    En la Biblia se habla de la Creación de un modo muy simplista, y curiosamente, su autor, en el Génesis (Capítulo 1 versículo 16), asegura que el Sol, la Luna y las estrellas fueron creadas en el cuarto día, o sea, que las cosas aparecieron por este orden: el planeta, la luz, la noche, los mares, las nubes, la tierra firme y las plantas, y a continuación fue creado el Sol la Luna y las estrellas. Posteriormente aparecieron el resto de las cosas.

    Por todos es sabido que cuando apareció La Tierra, las estrellas ya estaban enviando su brillo desde miles de millones de años antes.

    Creo que si Dios -o alguna persona inspirada por Dios- hubiera escrito esto no se hubiese equivocado tanto.

    Sin duda, los conocimientos y mentalidad de las gentes para las que fueron escritos estos versículos, eran muy limitados, y el autor debía adaptarse a la cultura de entonces, pero si realmente estaba inspirado por Dios debió haber puesto las cosas por su orden real, ya que eso no hubiera sido óbice para que también le hubieran entendido.

    Me da la sensación de que lo que pretendió el autor al escribir los primeros capítulos del Génesis, fue convencer de la existencia de un Dios creador basándose en sus limitados conocimientos. Más tarde, y a medida que ha evolucionado la cultura en el ser humano, las diversas iglesias basadas en la Biblia han ido realizando diferentes interpretaciones de estos escritos para adecuarlos a los conocimientos de las personas. Lo complicado de este asunto es que ha llegado un momento en que está siendo sumamente difícil seguir adaptando estos escritos porque la ciencia está desbaratando la mayor parte de los fundamentos religiosos y filosóficos en los que siempre se han basado las religiones.

    Las personas convencidas de la existencia de un Dios creador, cuando pretenden persuadir a los demás de la realidad de sus creencias, pueden llegar a aceptar las teorías científicas del big bang y de la expansión del universo, pero siempre acaban con la misma pregunta: "¿Quién creó esa primera materia que explosionó causando el big bang?".

    Estoy seguro de que la materia ha tenido su principio porque, como ha quedado claro en capítulos anteriores, sería imposible trasladarse hacia atrás hasta el infinito, pero lo que yo me pregunto es ¿qué relación puede tener ese principio de la materia con el concepto de Dios que tienen la mayor parte de las religiones?.

    Nos podemos preguntar cómo se creó el universo, como consecuencia de qué se creó el universo, incluso cuándo se creó el universo, lo que no parece muy lógico es preguntarse quién creó el universo.

    Es indudable que la soberbia habla por nosotros cuando pretendemos que la grandiosidad del universo ha sido creada por un ser que tiene nuestra imagen y semejanza, es decir, estamos asegurando que sólo alguien parecido a nosotros -aunque, por supuesto, más poderoso- ha podido hacer todas las cosas que existen.

    Es muy difícil conseguir llegar al conocimiento de cómo se inició todo porque tenemos demasiadas limitaciones. La primera de esas limitaciones está en la concepción tan elemental que tenemos del tiempo. Seguramente los 18.000 ó 20.000 millones de años que probablemente tenga de edad nuestro universo, nos parecerá una barbaridad de tiempo, pero eso sólo es debido a que no tenemos en cuenta que también el tiempo es relativo.

    La vida de una persona viene a durar unos ochenta años, y precisamente por eso 18.000 millones nos parecen muchos. Sin embargo, los cinco tiernos años de un niño, que para nosotros es una relativamente pequeña cantidad de tiempo, un protozoo los consideraría una eternidad.

    La segunda limitación es nuestra finitud. Nunca podremos entender lo infinito porque nuestra condición de finitos siempre nos impedirá asimilarlo.

    Toda la lógica para tratar de entender lo infinito la basamos en los pobres conceptos humanos de que las cosas nacen, crecen y mueren, y no somos capaces de aceptar otra posibilidad diferente.

    A lo máximo que hemos llegado ha sido a imaginarnos a un ser similar a nosotros que ha existido siempre y lo ha creado todo, pero no se suele aceptar el hecho de que no haya principio ni haya final en lo que habitualmente se denomina como Creación, porque nuestra finitud nos imposibilita para concebir tal eventualidad.

    En realidad no se sabe nada concreto sobre esa inmensidad de espacio que nos rodea, ya que los científicos, en el aspecto de la posible edad del universo y los motivos de su expansión, sólo están especulando, y, lógicamente, ni siquiera se atreven a teorizar cuando se trata de averiguar su extensión. Es decir, los científicos lo desconocen casi todo sobre el universo, y eso es así incluso sin olvidar que sólo estamos hablando de nuestro universo, porque es muy posible que este inmenso conjunto de galaxias solamente sea uno de tantos en otro espacio más inmenso aún y del cual forme parte como una unidad más.

    Cuando el ser humano trata de comprender lo incomprensible, acaba perdiéndose en la noción de lo infinito, ese concepto por naturaleza tan desconocido para nosotros... Pero como las personas no nos rendimos fácilmente ante la adversidad y necesitamos urgentes resultados lógicos, en seguida buscamos la solución más cómoda para resolver el problema, y esa solución la hallamos en Dios. Imaginando un dios ya no tendremos que seguir molestándonos en pensar.

    En realidad nadie sabe qué es, cómo es exactamente y cuánto mide el universo. Einstein se aventuró a decir que era finito y curvo, y es posible que esté en lo cierto, al fin y al cabo hay que reconocer que todo lo que conocemos del universo es finito y curvo, por consiguiente esperar otra cosa sería como salirse de la dirección común de todo, pero aun así se puede asegurar que absolutamente nadie sabe qué hay detrás de lo que no podemos ver.

    Hay personas que hacen como Einstein en este caso, es decir, siguen la trayectoria lógica basándose en lo que se conoce, y no se atreven a decir qué hay después. Y hay otras que cuando no ven más allá, rápidamente ponen un dios.

    Las iglesias basadas en la Biblia nunca han admitido la evolución de las especies porque eso desmontaría su historia. De todos modos, actualmente, las autoridades eclesiásticas están empezando a hacer curiosas interpretaciones de las Sagradas Escrituras con el fin de acercarlas a lo que para casi todos es evidente.

    No hace falta ser grandes observadores para darnos cuenta de que los seres vivos que existen en el mundo son la más clara muestra de lo que ha sido la evolución.

    Podemos centrarnos en los mamíferos por ser los animales más próximos a nosotros, y veremos que hay multitud de puntos en común que nos hacen auténticos "familiares".

    Todos los mamíferos tienen cabeza, tronco y cuatro extremidades. En la cabeza hay un par de ojos, boca, dientes, lengua, nariz, oídos... Dentro del tronco hay dos pulmones, un aparato digestivo bastante parecido en todos. Tenemos en común el corazón, el hígado, los intestinos, la sangre... Las extremidades están conformadas de un modo muy similar y nuestros esqueletos son bastante semejantes entre sí. Tampoco hay que olvidar que tenemos cerebro y un aparato reproductor con las mismas características fundamentales para todos.

    Las aves también se parecen mucho a los mamíferos, e incluso los peces tienen gran cantidad de cosas en común con nosotros: Ojos, boca, espina dorsal, aparato digestivo, sangre...

    Hasta en los insectos podemos ver semejanzas...

    Charles Darwin (1809-1882), en su obra más famosa, "El origen de las especies", demuestra fehacientemente las transformaciones evolutivas que han sufrido los seres vivos, de cuya evolución tampoco se escapa el hombre.

    Aceptando este proceso también en la raza humana, es imposible admitir lo que se escribe en el Génesis bíblico. Sin duda, ésta es una evidencia que ya ha sido muy discutida, pero conviene no olvidarla.

    Las religiones basadas en la Biblia afirman que fue escrita por inspiración divina, y durante muchos siglos se ha asegurado que lo que estaba plasmado en ella era la pura y literal verdad, es decir, se daba por hecho que las cosas se crearon por el mismo orden, en el mismo tiempo y del mismo modo que describe la narración.

    Posteriormente, y coincidiendo con el aumento de la cultura, por la Iglesia se han empezado a hacer las interpretaciones metafísicas necesarias de aquellos escritos para amoldarlos al conocimiento popular, y tratando a toda costa de mantener su divinidad. Tanto se ha cambiado el modo de comprender los primeros versículos de la Biblia que se han llegado a aceptar como un modo de entender la evolución.

    Por supuesto sería magnífico que existiese un Dios creador en quien depositar nuestras esperanzas futuras, pero para nuestra desgracia y sin lugar a ninguna duda, la evolución, la cultura y las nuevas tecnologías están desbaratando totalmente esa antiquísima y bella idea.

    Me da la sensación de que por mucho que los doctores de las distintas iglesias pretendan salvar su razón de vivir, parece ser que, desgraciadamente, la auténtica verdad cada vez se aleja más de lo que predican la mayor parte de las doctrinas.

    De todos modos, supongo que no debería preocuparnos en absoluto el más que posible hecho de que Dios sólo sea una bella idea dentro de nuestras mentes, al fin y al cabo -y mientras este planeta siga vivo- las personas seguiremos naciendo, viviendo y muriendo rodeadas de las consabidas alegrías y tristezas, cuya adecuada mezcla puede ser el mejor de los paraísos, y ese paraíso no es otro que la simple, y a la vez grandiosa, FELICIDAD.

    ¿Dios existe?.

    Seguramente sí, pero sólo lo encontraremos dentro de nosotros mismos cuando seamos capaces de dar con la difícil y volátil fórmula que nos conduzca a eso que todos buscamos y que no es otra cosa que ser, sencilla y llanamente, felices.

Angelberto.----------


angelberto.com@gmail.com

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