EN PORTADA    

17 de junio de 2007 (Angelberto)

Buena parte de la clase política española ignora los deseos del pueblo y se mea en él

Como siempre sucede después de las elecciones municipales y autonómicas, el pueblo español se ha visto obligado a asistir, estupefacto, a ese vergonzoso espectáculo al que buena parte de la clase política nos tiene acostumbrados cada cuatro años en este país.

El hecho de que la desgraciada ley electoral española esté llena de fallos, no tendría por qué significar que muchos de nuestros políticos deban sentirse en "la obligación" de aprovecharse de ellos para conseguir sus nada nobles objetivos partidistas. Es evidente que para cualquier persona normal sería vergonzosamente indigno valerse de esos fallos de la ley, pero está muy claro que a muchos de nuestros políticos les da igual, porque lo cierto es que parecen tener como único objetivo conseguir el poder y el dinero que el pueblo les ha dejado en custodia, sin importarles en absoluto el despropósito que tengan que llevar a cabo para lograrlo.

Todos los políticos, exactamente igual que el resto del pueblo, saben muy bien la injusticia manifiesta que supone el que un político indecente, de tercera o cuarta fila, perteneciente a un partido minoritario, acabe siendo alcalde o presidente de una Comunidad Autónoma gracias al apoyo de otros políticos indecentes, pero es evidente que a estos individuos no les importa en absoluto esa injusticia ya que no dudan, una legislatura tras otra, en aceptar cualquier disparate antidemocrático para conseguir su meta, una meta que, como bien sabemos todos, se limita a conseguir dinero y poder al precio que sea.

La dictadura de los deshonestos

Los españoles estamos hartos de sufrir esta auténtica dictadura que siempre supone el que nos impongan por la fuerza como presidente o como alcalde a alguien que sólo ha sido votado por un pequeño porcentaje de los electores. Por supuesto nadie espera que al alcalducho o presidentucho que esos deshonestos políticos hayan puesto ahí sin merecerlo, se le caiga la cara de vergüenza por ocupar un sitio que sabe muy bien que ni se merece ni le corresponde, porque esos miserables son tan deshonestos o más que los que les han subido a sus poltronas de caciques, y consiguientemente no podemos esperar que se avergüencen de nada, pero lo que el pueblo llano no acaba de comprender es que la mayoría de nuestros políticos considere aceptable esa infamante falta de sentido democrático, que ningunea los deseos del pueblo del modo más escandaloso.

Ya sé que estos políticos que padecemos en España en seguida pondrán en el debate todo ese cinismo barriobajero que les caracteriza, y dirán que es legal actuar de ese modo porque la ley lo consiente, pero siempre evitarán decir que esa ley está mal hecha y que hay que cambiarla (ellos podrían hacerlo). Si nuestros políticos fuesen honrados reconocerían públicamente que no es justo que sea alcalde de un pueblo el representante del partido menos votado o uno de los menos votados, pero como de honrados no tienen nada, no lo reconocerán, y si alguno lo reconoce, NUNCA hará absolutamente nada para corregir la inmensa injusticia que destila esa ley. Al menos hasta el día de hoy ninguno ha hecho nada para arreglar ese desastre antidemocrático.

No merece la pena volver a votar

Reconozco que en la Portada anterior he mostrado un excesivo optimismo al confiar en nuestros políticos, pero es evidente que me he equivocado. No merecen la pena. En mi opinión, lo único que nos va quedando es ese posible nuevo partido político, cuyos impulsores son Rosa Díez y Fernando Savater, porque me da la impresión que se distinguirá de un modo muy especial de los demás. Si en las próximas elecciones se presenta -y su programa es lo que espero- será mi opción, y si no, no volveré a votar. No pienso seguir haciendo el juego a estos politicastros de mierda que, a cambio de dinero y poder, no dudarán en ponerme como alcalde al tonto del pueblo.

Y encima han conseguido que la organización terrorista ETA vuelva a estar en las instituciones...

Como decía Groucho Marx: Parad el mundo, que me bajo.